sábado, 9 de noviembre de 2013

Un tratamiento eficaz

Si el loco persistiese en su locura se volvería sabio.
William Blake

Cuando terminó de rellenarla de nata montada y cubrirla sin orden ni concierto con unos ramitos de grosellas rojas y muchas fresas laminadas, colocó la tarta en la encimera y la observó. Era perfecta. Otra vez. Acto seguido la metió en la nevera, con cuidado, al lado de la tarta de cerezas caramelizadas. Cerró la puerta y observcó a través del cristal su obra: 11 tartas. Todas rojas. Como la sangre de su corazón destrozado.

Se sentó y se puso a llorar desconsolada. 

Y  Y  Y

¿Cuántas tartas ha hecho este martes?
Once... contesta avergonzada e incómoda.
Pero... ¡eso está muy bien! exclama alegremente la psiquiatra. Por lo que veo en mis notas, la semana pasada hizo diecinueve. Y la anterior, veintitsiete... Avanza usted muy bien. Ocho tartas menos cada semana.
Pero, doctora, ¿quién se va a comer tanta tarta? La residencia de ancianos a donde enviaba mis excesos resposteros ya me ha comunicado que los viejos están empezando a sufrir de sobrepeso y niveles elevados de azúcar, y los geriatras están preocupados...
No importa; si sigue a este ritmo, la semana que viene estará usted curada... ¡curada! El sobrepeso y el azúcar de los viejos de la residencia a usted plin. la doctora parecía eufórica con la marcha de los acontecimientos. ¡Que espabilen sus geriatras!
Pero... tamaña falta de empatía de la doctora le inquietaba.

No hay peros. Hágame caso: yo soy la médico, ¿no? El próximo miércoles habrá hecho solo tres tartas y estará curada. Tres es un número de tartas razonable. Y, entonces, ¡se acabó!

Bueno, es que hay algo nuevo que no le he comentado...
¿Y es...? la psiquiatra tomaba notas con frenesí.
Este martes, todas las tartas han sido rojas...
¿Y?
Bueno, ¿no le parece raro?
¿Se lo parece a usted?
Pues sí. Parece otro síntoma de mi enfermedad, ¿no?
¿Es la primera vez que ocurre? Quiero decir, ¿las tartas de la semana pasada eran todas azules o verdes? ¿Y las de la semana anterior amarillas?
No, señora. Eran variadas en tamaño, forma y color...
Y esta semana han salido todas rojas... ¿correcto?
Sí. Del mismo color, tamaño y forma. Y eso me preocupa, sinceramente.
De qué forma son las de esta semana, redondas, cuadradas...? -seguía escribiendo aprisa, sin levantar la vista del cuaderno.
Tienen forma de corazón  eplicó ella enrojeciendo. 
La doctora pega un bote en la silla. Esta vez deja de escribir y mira a su paciente con pasmo maravillado.
Pero... ¡eso es fantástico!. Es ab-so-lu-ta-men-te maravilloso, ¿no se da usted cuenta del significado? 
Creo que no...
Corazón, rojo sangre... ¿No lo ve? Está sacando toda su pena por la marcha de sus hijas de casa (que al parecer es lo natural, aunque usted y yo sabemos que no lo es). Pero ¿no lo ve? Ahora todo son corazones rojos en su cocina, ahora todo está bien. Me reitero en lo dicho: ¡la semana que viene estará curada!
Bien, si usted lo dice....
Lo digo. Otras madres, ante la marcha de casa de los hijos, pierden la cabeza de verdad: se apuntan al club de tenis o de golf (deportes a los que nunca jugaron), o se dedican a jugar a las cartas todas las tardes, o a darles la lata a amigas y vecinas con los logros de los hijos, o a hacer interminables bufandas de lana como regalos de Navidad para ellos (que nunca les hicieron cuando las necesitaban de verdad), o a cocinar los platos preferidos de sus retoños una y otra vez (cosa que no hacían cuando los tenían en casa)... O peor, a aprender flamenco, por Dios, ¡con sus edades! ¡Usted se limita a hacer quince o veinte tartas rojas, por todos los santos! ¿Qué tiene eso de raro? Si me dijera usted que después de hacerlas se las come, quizás me preocupara. Pero no es el caso, solo hace tartas.

Y a pintar, ya sabe... le recuerda ella.
Síiiiii. Y hablando de lo otro: ¿cuántas meninas ha pintado esta semana?
La psiquiatra pasa la hoja de su cuaderno y se apresta a tomar notas bajo el epígrafe "Meninas".
Dieciséis...
¡Bien! ¡Pero que muy bien! ¿Óleo, acrílicos, técnica mixta...?
Acrílicos...
¿Lo ve? ¿Lo ve, mujer? ¡Esto está chupado! El miércoles anterior fueron óleos, lo que me decía que usted estaba aún tratando de negar la marcha de sus hijas mediante el cuidado y preciosismo que requiere la técnica del óleo, a más de lo que tardan en secar. Es decir, que se eternizaba en terminar la menina que tuviera en marcha, con lo que retrasaba todo el proceso de la despedida y su curación. Y mucho peor aún era la semana ante-anterior, cuando las hacía con técnica mixta; tanta tela y recortes, tanta mexcla de pintura y pegamín... la doctora no cabía en sí de gozo. Recuerde que tardaba, según tengo aquí anotado, siete semanas en hacer cuarenta meninas; todas ellas bebés, por cierto. Y vestidas de rosa.
La psiquiatra hizo unas anotaciones rápidas en su cuaderno y preguntó:
Por cierto, ¿las meninas siguen siendo bebés? Porque eso sí es importante...
No... otra vez enrojece. Esta vez fue distinto...
¿Y bien? ¿Cuál era el tema de las últimas dieciséis?
Uuuummmm... -ella duda un momento-. Bien, el caso es que todas van vestidas con un corpiño de cuero rojo y medias de rejilla negras. Con costura. Llevan botas y... un látigo.
¿Las botas son altas o son botines? ¿Las costuras de las medias salen derechas o torcidas?
Eh... Botas altas, claro. Hasta la rodilla. De charol.
Pero... pero... ¡eso es excepcional! exclama emocionada la doctora. ¡Ha liberado su sexualidad a la par que ha dejado marchar a sus hijas! Jamás, y estoy siendo literal, jamás de los jamases he tenido una paciente que se haya curado simultáneamente de una psicosis tártara a la vez que de un síndrome meninero. Se lo juro. Es algo absolutamente histórico en el mundo de la psiquiatría, señora Valdés. La felicito por la perseverancia y empeño en su curación. Eso no lo veo todos los días. La gente es muy dejada con respecto a sus problemas mentales; se cierran en banda y piensan que ya se curarán solos. Usted, en cambio, pasa a la acción...¡Ja, y de qué modo!
Pero estuve dos días pintando sin parar; ¡dormí solo tres horas de las cuarenta y ocho que tardé en pintar las dieciséis...!
¡Bahhh! ¿Y quién necesita dormir? Ya dormirá cuando se muera. Se hartará de descansar, créame... Está usted cada día mejor, ¡esto marcha de maravilla!

Y  Y  Y
¿Qué te ha dicho la doctora? 

La llamada de cada tarde de su amiga Cari era lo único que le quedaba de su antigua vida.
Que estoy estupenda. La semana que viene estaré ya curada.
¿Así, de repente, la semana que viene curada?
No de repente, que llevo cuatro semanas de tratamiento.
Lo dices como si llevases años de terapia... ¿Cuántas tartas hiciste el martes?
Solo once contesta a la defensiva.
Ya. ¿Y eso le parece a la doctora normal?
No. Le parece ex-cep-cio-nal.
A mí también, pero no me parece un síntoma de curación inmediata. Si hubieras bajado a dos, o incluso a tres...
Dice que lo importante es la enormidad de los escalones que bajo.
Ya. ¿Y no vas a pedir una segunda opinión médica?
¿Para qué?
Por si quieres quedarte más tranquila respecto al diágnostico y al tratamiento...
Estoy tranquila: no tengo cáncer, ni leucemia ni me han cortado las piernas por diabetes 3...
Bueno, llevas razón, pero aún así...
Cari, es que no te lo he dicho todo: también he liberado mi sexualidad.
¿Te has acostado con ese imbécil?

No: he pintado diceiséis meninas dominatrix. Eso es un dato contundente.
Desde luego lo es.
Bueno, te dejo que tengo prisa.
¿A dónde vas?
A hornear tres tartas verdes.
¿Y por qué verdes? ¿Y por qué tres?
Cuanto antes las hornee antes me curaré. Son ocho menos que las diecinueve anteriores y deciséis menos que la semana ante-anterior; y son verdes porque me da la gana.
Oye, ¿me tomas el pelo?
No, es que tengo prisa en curarme; quiero dejar ya la terapia. Si te digo la verdad, creo que esta doctora está como una cabra. Cuanto antes acabe con esta historia, antes me dirá que hemos terminado y correré menos riesgos de contagiarme de su locura.
Pero...
Luego te llamo.
Y colgó de camino a la cocina. Cuanto antes acabara con las tartas verdes, mejor. Estaba harta de esta mierda psico-tártara...






martes, 5 de noviembre de 2013

Cómo sobrevivir a las 7 fases del matrimonio (según las mujeres)

La mayoría de nosotras se casará.
Nadie puede prometernos que durará.
Nuestro amor puede estar en otras personas,
pero nuestra seguridad está en nosotras mismas.
Nancy Fraiday

La felicidad es genética... y contagiosa.

Según una investigación llevada a cabo por Jan-Emmanuel De Neve, de la Escuela de Ciencias Económicas y Políticas de Londres, cuyas conclusiones se publicaron el 6 de Mayo de 2011 en el Journal of Human Genetics, la gente tiende a ser más feliz si posee una más eficiente versión del gen 5-HTT, un gen que regula el transporte de la serotonina en el cerebro. Este estudio es el primero que demuestra un enlace directo entre una condición genética específica y la felicidad de la persona (medida por su satisfacción vital).


La investigación dirigida por De Neve examinó datos genéticos de más de 2.500 participantes voluntarios (conejillos de Indias humanos, para entendernos), una muestra de población representativa en los Estados Unidos. En concreto, este estudio se enfocaba en qué variante funcional del gen 5-HTT poseían estos voluntarios sometidos al estudio. Y estas variantes (la corta o la larga) tienen mucho que ver con la felicidad conyugal. 

Dicen las estadísticas (algunas de ellas son serias) que un hombre casado vive mas y mejor que un hombre solo, y que una mujer divorciada o viuda rejuvenece diez años en cuanto se despareja...

¿Jelóuuuu? ¿No es igual de bueno el matrimonio para chicos y para chicas? ¿A las chicas nos perjudica más a la larga? Si rejuvenecemos al enviudar o divorciarnos, es de lógica pensar que si no lo hacemos moriremos diez años antes de lo que lo haríamos estando sueltas... Uuummmm...

Nuestras abuelas decían que si pasabas el año séptimo del matrimonio con éxito tenías asegurada la felicidad conyugal para toda la vida y que, en realidad, en el matrimonio solo existían dos acontecimientos importantes: la boda y el funeral. Bueno, eso me parece simplificar muchísimo.

Ahora, los estudiosos del matrimonio profundizan un poquito más y dicen que no son siete los años que hay que pasar con éxito para garantizar el resto, sino que son siete los estadios (reales) del matrimonio que hay que pasar de la mejor manera posible para asegurar el éxito del mismo (y eso no garantiza nada, solo aseguran mejores posibilidades de conseguirlo). Estos estadios, además, no son consecutivos sino que están, a veces,  muy desordenados... Veamos cuáles son y cómo sobrevivir a ellos:

La fase ¡Ni siquiera conozco a mi marido! Según dice de forma concluyente el estudio de De Neve, nuestros genes determinan en parte nuestra futura felicidad conyugal. Las personas con una variante más corta del gen 5-HTTLPR, también denominado el gen de la felicidad, tienden a pensar que su matrimonio se parece mucho a la montaña rusa: cuando hay demostraciones de afecto y mucho humor, se sienten felices; cuando aparece el malhumor o el estrés, su satisfacción conyugal se viene abajo. Tiene cierto sentido estar menos satisfechos cuando vemos todo lo negativo de nuestra pareja (¿habremos elegido mal?). En cambio, las personas con la versión más larga de esta variante genética siempre ven la cara más brillante de su estado conyugal y se sienten menos influenciados y preocupados por las subidas y bajadas emocionales de su pareja. Puede resultar violento pedir un estudio genético que revele la longitud de las patitas del 5-HTT de nuestro amado, pero deberíamos hacerlo. ¡Nos jugamos mucho! Pero no lo haremos...
¿Qué hacer? Pues tenemos que alargar las patitas de ese gen nuestro por cualquier medio que podamos. Hay investigaciones que han demostrado sobradamente que podemos alterar tanto nuestro ADN como nuestro ritmo cerebral mediante la relajación. Las ondas alfa, un recuerdo positivo de lo que te enamoró de él, meditación a tu gusto (oriental, occidental, paseando, escuchando música, bailando flamenco, dando un pasito atrás en las situaciones de estrés, etc.) y una firme disposición a no perder la paz de espíritu, harán menos probable que te sientas personalmente aludida por los estados de ánimo de tu cónyuge. Recuerda que él desea lo mismo de la vida que tú: ser feliz y evitar el sufrimiento (aunque algunos hombres lo hacen por caminos que parecen los de Dios: inexcrutables).

La fase ¡Esto es mejor que el chocolate! No necesitas dormir, adelgazas sin tener que ponerte a dieta, o tu amiga estrella tu coche y le dices que no se preocupe que, en realidad, no necesitas un coche para nada. Mientras el resto del mundo se queja, tú sonries y pareces tonta. Tus pensamientos, por otra parte, están completa y perpetuamente enfocados en el objeto de tu amor: tu cónyuge. Otra falsa alarma, porque este estadio no dura para siempre una vez que llega. Así es la vida...
¿Qué hacer? Disfruta la dulzura del momento... pero sé cabal. Este estadio dura un tiempo más bien corto. Practica buenas costumbres conversacionales (que necesitarás pronto): expresa tus opiniones y deseos amablemente y con claridad. Sé asertiva. Mantente firme. No te disperses y saca lo mejor de tu pareja.

La fase No sabía que podías ser tan "lo peor". Esta es la fase en la que entras al principio de la convivencia cuando, de repente, descubres todos esos hábitos de tu contrario que él había conseguido esconderte durante la fase del "salimos juntos" en la que se incluyen fines de semana y vacaciones cortas pasando las 24 horas en mutua compañía.
¿Qué hacer? Te conviene encontrar el equilibrio entre el perdón (sí, sí, como lo oyes), la paciencia y las exigencias amables pero firmes de un cambio en esos indeseables hábitos. No te desgastes criticando cosas sin importancia y céntrate en conversaciones acerca de los asuntos importantes. Considera estas charlas como una experiencia de apredizaje más que como un castigo y ejercítalas con deportividad (sin rendirte). Las volverás a necesitar pronto.

La fase El matrimonio es una bendición de Dios. Según un estudio reciente llevado a cabo con más de dos mil parejas casadas, el tercer año del matrimonio se alzó como el más feliz. Algunas parejas experimentan esta bendición antes, algunos después y algunos dicen que esta fase bendita dura más de un año (¡guauuu!). Esta es la fase en la que las discusiones sobre cómo decorar la casa o qué hacer con la tapa del wc dan paso a una rutina confortable para ambos cónyuges.
¿Qué hacer? No dejes de afinar tus hábitos de comunicación. Aunque el peligro parezca haber pasado, estas habilidades conversacionales te van a hacer falta muy, muy pronto. Aprende a pedir lo que quieres con claridad, sin emitir juicios y con tono afectuoso. Practica también el arte de escuchar.

La fase Pero ¿en qué estaría yo pensando cuando me casé? En ese mismo estudio en el que el año 3 se alzó con la copa de la felicidad marital, el año 5 ganó por goleada como el más difícil y complicado (sobre todo si había por medio bebés o exigencias laborales que causasen fatiga, cansancio y/o estrés).
¿Qué hacer? Aprende a distinguir entre el malhumor del otro debido a la fatiga y al estrés y la irritación dirigida específicamente a tu excelsa persona. Para el primer caso, deberás tomar medidas para ayudar a tu cónyuge a superar el estrés (quizás se impone una cita en el dormitorio) y aprender a decir con absoluta falta de emoción algo como "Vaya, ese comentario pincha. ¿Estás enfadado conmigo?". En cuanto al segundo caso, que la irritación sea contigo directamente, no escondas las cosas bajo la alfombra: suelen salir más adelante cuando peor te viene. Habla acerca del tema abiertamente y utiliza tu enorme creatividad para solucionar el problema.

La fase ¡Ahí te quedas contreras! Esta es la fase en la que, según con qué hombre te hayas emparejado, contemplas el lesbianismo como una alternativa razonable y para nada loca. Tus fantasías acerca de las bondades del divorcio se disparan y te recreas en ellas varias veces al día. Piensas mucho en lo mejor que era todo cuando... Pero muchas mujeres afirman que si logras atravesar esta fase y ver el otro lado del siniestro, acabas con una larga y afectuosa relación de compañerismo que puede durar el resto de tu vida. Yo no tuve la paciencia necesaria ni la perseverancia que requiere atravesar esta fase, así que no sé si es verdad por experiencia propia, solo por lo que me cuentan las mujeres que siguen casadas... :-)
¿Qué hacer? Las mujeres que lo han conseguido dicen que el simple hecho de leer cuanto libro pilles acerca de la mejora en las relaciones maritales ayuda y funciona. Algunas afirman que esa única estrategia salvó sus matrimonios. Tienes que tener en cuenta que tu cónyuge puede ser de esos hombres que consideran los consejeros matrimoniales o los psicólogos especializados en relaciones como fraudes vivos, y puede no estar muy dispuesto a las sesiones semanales para oír que otro le diga lo que tiene que hacer...

La fase ¡Qué tranquilidad! ¿Será cierto?  Nunca experimenté esta fase, así que hablo únicamente por expriencias ajenas. Al parecer, este estadio puede durar de varios meses a muchos años pues tu matrimonio ha mejorado enormemente pero... tú aún te sientes algo susceptible y con dudas acerca de si al final lo conseguiréis.
¿Qué hacer? La nueva psicología americana de la felicidad y del pensamiento positivo aconseja llevar un diario y documentar los momentos felices y las razones por las que aprecias a tu cónyuge así como otras evidencias de que tu matrimonio va mejor de lo que crees. Este archivo diario te ayudará, al parecer, a ver la continua mejora que ambos estáis llevando a cabo de manera que te sentirás menos dispuesta a siniestralizar en los momentos en que alguno de los dos meta la pata (cosa que haréis, ni lo dudes).

Y si al final no lo conseguís, tendrás la satisfacción de que has luchado por lo que creías que era bueno para ti, pero la vida te tenía reservada otra cosa: una vida larga y fructífera de la que desaparecen tubos de pasta de dientes despachurrados, tapas de wc levantadas (y manchadas), calzoncillos tirados justo a diez centímetros de la cesta de ropa sucia, domingos de fútbol, explicaciones y ruegos con negociación acerca de las cortinas del salón, el color de las paredes del aseo de cortesía. Y lo mejor de todo, el sueño de Virginia Woolf: una habitación propia. Y tus hijos, si decidiste tenerlos.

Que todo tiene su lado positivo y hay que buscarlo.