domingo, 29 de diciembre de 2013

Año Nuevo: Lista de deseos y buenos propósitos

Considero más valiente al que conquista sus deseos
que al que conquista a sus enemigos,
ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.
Aristóteles


Cada año viejo estamos dispuestos -o casi- a hacer del nuevo año algo mucho mejor. Decidimos, cada final de Diciembre, que el próximo año será distinto.

Revisamos nuestros buenos propósitos y redactamos mentalmente nuestra nueva lista de deseos; yo incluso la escribo. Parecen dos cosas desiguales, pero ¿lo son?

Si las repasamos bien veremos que ambas están entrelazadas de forma muy estrecha. Y, además, casualmente se parecen mucho, pero mucho -ohhhhh...- a las del año anterior. Y así cada año de dios.

En realidad nuestro buenos propósitos se basan, siempre, en nuestra lista de deseos a corto y medio lazo. Por ejemplo, ese propósito anual de medio planeta de dejar de fumar -y del 1 de enero no pasa- esconde el deseo de llevar una vida más sana, física o social: evitar un enfisema o una embolia pulmonar, o dejar de ser un paria social, ése único miembro del grupo que todavía fuma y se va a la cocina en medio de la más interesante de las conversaciones. O ese otro tan popular de empezar a hacer ejercicio (más vida sana): correr, nadar o ir al gym, como llaman ahora al polideportivo del barrio.

Si nos fijamos bien, los buenos propósitos y los deseos de nuestra lista son intercambiables y reversibles, y con frecuencia son los mismos año tras año. Porque los humanos pedimos, una y otra vez, año tras año, dejar de fumar, poner orden en nuestra casa (y a ser posible en nuestra vida), escuchar más atentamente a nuestra pareja (si se decide a hablar; con suerte, ese será su propósito de este fin de año), ir en junio sin excusas a la función de fin de curso del niño, meditar y/o establecer media hora al día para nosotros mismos, perder esos ocho kilitos de más, salir un poco antes del despacho, cenar en familia a diario, una cita mensual a solas con nuestro cónyuge, hacernos un corte de pelo decente, divorciarnos o casarnos (de este año no pasa), aceptar lo que no podemos cambiar (y procesar de la mejor manera posible el hecho de que no podemos cambiarlo), llamar con más frecuencia a nuestros padres y hermanos, etc.

Algo no funciona, año tras año, y los buenos propósitos se quedan en propósitos y los deseos se quedan sin cumplir. ¿Qué será, será?

He descubierto la razón, y es muy sencilla: nos planteamos una idea romántica de nuestra nueva vida maravillosa... en la que pensamos sólo de vez en cuando y de forma muy vaga, sin concretar.

Y esa visión bucólica de nuestra vida por venir no la haremos realidad solo con pensamientos y ensoñaciones espasmódicos con los que disfrutamos un rato cada fin de semana, pensando: "¿No sería maravilloso si....?", pero sin hacer nada REAL al respecto. No tomamos la acción necesaria porque no sabemos por dónde empezar a caminar desde donde estamos hasta esa escena maravillosa en la que sería estupendo estar, por ejemplo, el martes que viene.

Creo que no sabemos por dónde empezar porque no tenemos una visión clara y rotunda, casi obsesiva, de esa nueva vida feliz. Sencillamente pensamos que sería maravilloso, pero en realidad no nos lo creemos y, en consecuencia, no hacemos nada al respecto (o hacemos todo lo contrario a lo que aconseja el sentido común, como por ejemplo comer más o comprar mucho bonito y barato), volviendo a la realidad y desechando nuestra visión por imposible.

Pues hay buenas noticias: esas visiones personales no son ninguna tontería imposible, sino que son reales, posibles y, cuando perseveramos, se cumplen. George Washington soñó con una Norteamérica unida, Marting Luther King con la igualdad entre blancos y negros, Mandela con una Sudáfrica libre del apartheid y Bill Gates con un ordenador en cada casa del planeta... Unos han tardado más que otros en cumplirse, pero todos esos deseos y grandiosas visiones personales se cumplieron, respaldados por la confianza, la fe de sus soñadores y el trabajo de los mismos en pos de su visión.

¿No podríamos perseverar en la nuestra que, con seguridad, será más humilde que las de arriba pero no por ello menos valiosa? (al menos para nosotros, sino para el mundo entero, eh?). ¿No traerá a nuestra vida más felicidad una idea firme y enfocada de nuestra relación de pareja satisfactoria, los ojos brillantes de nuestros hijos al vernos entre los espectadores de su función, un cuerpo más ágil y sano, una jornada laboral menos estresante o la alegría de nuestros padres al oír nuestra voz al teléfono cuando lo que espera es publicidad de móviles? ¡Al menos tenemos garantizados los buenos ratos que pasaremos visionando esos resultados!

A los que nos cuesta perseverar, sea por descreímiento o pereza, nos hacen falta algunas ayudas extras, y es importante que las busquemos. Una de las más satisfactorias y divertidas que yo he encontrado es hacer un tablero que represente nuestra visión personal, lo que queremos que entre en nuestras vidas (sea lo que sea, es posible). Los americanos lo llaman vision board.

Es importante, al empezar, que basemos nuestras elecciones en lo que nos haga sentir más felices y más "sueltos" (¡libres?) y no en cómo pensamos que debería ser o parecer una vida ideal general. Hay que concretar.

Cárgate de revistas y folletos que tengas por casa, o mira imágenes por internet; necesitarás también unas tijeras, un pliego grande de papel (de embalar, por ejemplo) y una barra de pegamento. Pega o pincha el enorme pliego de papel en la pared, en un lugar en el que lo veas bien y a menudo (¿enfrente de tu escritorio?), porque ese es tu tablero donde pegarás todos tus deseos y sueños, a todo color. En el centro de tu tablero, pega una foto tuya en la que se te vea con claridad. Cada tanto, cuando te apetezca, dedica un rato a tu tablero.

Según vayas hojeando las revista o folletos, ve recortando de ellos "estampas" de lo que represente una parte o el todo de esa visión (de momento, futura) que tienes, y ve pegándolas alrededor de tu excelsa figura en el papel de embalar, colocándolas a tu gusto, más cerca o más lejos dependiendo de la prisa que tengas por hacer realidad esa área concreta de tu visión (¿el masseratti antes que la moto, el nuevo trabajo que te apasiona antes que la casa de tus sueños, o al revés?).

Si esta receta dispara tu incredulidad y tu cinismo, te entiendo perfectamente. A mí me pasó exactamente eso la primera vez que lo leí. Pero, le di una oportunidad. Y resultó que funcionaba. Y aunque estoy aún algo lejos de haber cumplido todas mis visiones, también es cierto que muchas de ellas se cumplieron ya.

Además, lo paso rebién eligiendo cuidadosamente las estampas (con la costumbre, te vas haciendo más selectivo) que recorto (son tantas que ya no las pego, las meto en una caja grande y las miro una y otra vez). He acabado por aceptar que algunos de esos deseos tardan más de un mes en cumplirse :-D... pero llegan. 

Esta estrategia funciona no porque tu tablero visionario impacte por sí mismo tu realidad y tu futuro, sino porque impactan tu cerebro al seleccionar las imágenes, las que a su vez quedan grabadas en tu subconsciente y lo llevarán a guiarte hacia las acciones que más ayuden a hacer realidad esa visión tuya. En resumen: este tablero visionario te ayuda a enfocarte en tu deseo, lo hace cada vez más fuerte y más posible a tus ojos (te familiarizas con él y finalmente no lo consideras algo tan lejano o imposible), casi te obsesionas con él y acabas dando por hecho que lo conseguirás. Y así será.

Mientra jugamos al visionario, es importante que tengamos en cuenta tres cosas:

1.- Hay que dejar marchar lo que no funciona: no te aferres a hábitos, personas o cosas que debilitan tu visión.

2.- No temas al fracaso ni te preocupes por los errores que puedas cometer (los cometerás). De esa forma te paralizarás y no harás nada en tu beneficio, todo seguirá igual y tu lista del año que viene ser parecerá horrorosamente a la de este. El éxito está construido de esos pequeños o grandes errores, y si te relajas al respecto pronto aprenderás a "hacer las cosas bien". Bien o mal, hazlo!

3.- Presta atención y prioridad absoluta a lo que de verdad sea importante para ti. No tengas en cuenta las prioridades de otros a la hora de tomar decisiones sobre lo que quieres en tu vida. Relájate porque al principio puede que te cueste hacerlo así, pero pronto descubrirás que si vives tu propia vida los otros no tendrán más remedio que hacer lo propio con las suyas, y todos tan contentos. Los códigos de alerta máxima de otros no son prioritarios para ti. Nunca. Y no estoy hablando de elegir entre emergencias médicas de hijos o padres ancianos o irte al gym, o de irte a cenar con las chicas si tu cónyuge necesita hacerte una consulta vital. Esos son códigos de alerta máxima compartidos...

Y con todo esto te deseo una larga lista de deseos, cumplidos y por cumplir, para 2014.

¡Felices y prósperos propósitos nuevos!

domingo, 22 de diciembre de 2013

Jingle Bells, Jingle Bells....

La Navidad no es un momento ni una estación,
sino un estado de la mente.  (Calvin Coolidge)


Época complicada, eh?

Y muy especial. Algunos temen la Navidad, otros la odian, definitivamente; y muchos, muchos más, la amamos y esperamos de esta época, cada año, que se cumplan esos deseos, materiales y no materiales, que llevamos tiempo anhelando...

Según estudios sociológicos variados, al entrar en fechas navideñas, nuestra mente hace un click, a veces de forma inesperada, y nuestros sentimientos -durante esta época- se transforman en deseos universales de paz y alegría, y esas mismas expectativas hacen que nuestra actitud, a lo largo de estos días, se conviertan en un paréntesis de anhelos generosos y sinceros de bien común y felicidad universal.

Además de nuestros deseos de salud para nuestros seres queridos que no la tengan en ese momento en su punto más álgido (la petición con más votos) deseamos con todo nuestro corazón que los hambrientos no lo estén, que paren las guerras, que se arreglen los problemas familiares y -en contra de todo lo que creemos el resto del año- pensamos que todo eso es posible y, además, que se puede arreglar durante estos días.

Todos sabemos que no todo se arregla todas las Navidades, ni para nuestros seres queridos ni para la totalidad de la Humanidad, pero lo importante de estas fechas es ese sentimiento de bien común y deseos de felicidad para todos porque esa actitud, la fuerza de ese anhelo, asegura que muchos de esos deseos, muchos, sí se cumplirán este año.

La nostalgia, que no la tristeza, también es un sentimiento navideño, y hace años que dejó de asustarme. Tenemos derecho a ello, nuestro corazón echa de menos a los que ya no están; recordamos la euforia de estos días en nuestra infancia y procuramos ofrecérsela a nuestros hijos; cocinamos con pasión esas comidas festivas que compartimos con nuestras familias o amigos; hacemos largas cartas a los Reyes Magos, en las que aún pedimos que tengan pan y alegría aquellos que no los tienen aún y pedimos por nuestros padres y nuestros hijos, y pedimos consuelo para aquellos que pasan su primera Navidad sin sus parejas, sin un hijo o sin un padre o madre.

También es un buen momento para aceptar y dejar de luchas contra lo que hemos perdido y que sabemos que ya no volverá, y seguir adelante alegremente en la seguridad de que quedan muchas personas y muchas cosas que llegarán a nuestras vidas compensando, en parte, nuestras pérdidas.

Ahora mismo hay gente que dedica estos días a apoyar a hijos que tienen un progenitor enfermo (tengo una amiga gigante que se ha llevado a su casa a su ex marido enfermo para que sus hijas puedan pasar con él sus últimas Navidades); gente que está consolando a personas que han perdido a un ser querido y muy cercano; gente que está cocinando para algún pariente o amigo menos favorecido...

Pero al final el aire festivo es contagioso y puede con todo y, al menos durante unos minutos, si dejamos esa puerta abierta, sentiremos ese espíritu navideño que invade todo el planeta (la Navidad es una época alegre y de expectativas para el 97,3% de la raza humana, lo creas o no). Dejémonos arrastrar por él.

Tanta energía aunada en tantos puntos del globo tiene tal fuerza que podría iluminar (gratis) cualquier país del mundo durante todo el mes de Diciembre. ¿No es una locura que, cuando acaban las Navidades, dejemos -por desidia o falta de tiempo, tanto da- que todo eso se apague?

Decía Harlan Miller que ojalá el espíritu de la Navidad pudiera ser embotellado y decidiéramos abrir un bote de Navidad cada mes del año... 

Hagamos con alegría y agradecimiento nuestras listas de deseos, cocinemos para los nuestros con la intención de darles un festín.  Pongamos música y cantemos villancicos. Brindemos con champán por nuestras bendiciones. Pasemos ratos de sofá y manta viendo pelis navideñas en la tele en compañía de nuestros hijos. Salgamos a pasear al frío, hagamos nuestras compras con sensatez y reverencia. Y hagamos que estos días sean memorables por un sinfín de motivos, que existen y que agradeceremos al recordar.

Y deseemos que todos y cada uno de los niños, mujeres y hombres que pisan en este momento el planeta pueda sentir alegría durante estos días. No podemos dar de comer ni podemos cobijar personalmente a todos y cada uno de nuestros congéneres, pero sí podemos ofrecer a quien corresponda el agradecimiento que sentimos por nuestros privilegios, disfrutándolos sin culpa. Podemos donar todo aquello que no utilizamos. Podemos regalar parte de nuestro tiempo en comedores sociales o residencias de ancianos. Podemos cocinar para algún familiar o conocido que se encuentre en situación precaria, ya sea de salud, económica o con falta de ánimo.

Aunque no es obligatorio ni motivo de culpa el no hacerlo, es una opción que está ahí y podemos elegir.

Recuerdo mi comida con la psicóloga Encarna Nouvilas. Recuerdo en cómo me insistía  en que uno de los procuradores más efectivos de felicidad para el ser humano es dedicar tiempo y alegría a algo más grande que tú, a algo más allá de tu propio ombligo.

Estoy por creerla. Y creo que estos días de buenos propósitos y anhelos festivos podría ser un buen momento -quizás el mejor- para darle una vuelta a esa posibilidad.

¡Felicísima Navidad a todos!

lunes, 2 de diciembre de 2013

Comer, comer, comer...

Hay tanto placer en preparar y compartir una buena comida...
Ard Bia Cookbook

Como he decidido llegar a Navidad con un par de kilos menos para no salir de ella con cuatro kilos más, no dejo de pensar en la comida.
Ard Bia at Nimmo´s

Desde que hace unos días, durante mi estancia en Altea y Cartagena, tomé la decisión de bajar esos kilitos, he hecho tres cursos de cocina (ninguno light), no paro de leer y releer mis amadísimos libros sobre el asunto de los comeres y cocino de forma furibunda y entusiasta cosas llenas de mantequilla, nata (light, eso sí), harina, rellenos variados, fritos y rebozados...

No sé si os pasa lo mismo pero es empezar a sopesar la idea de ponerme a dieta y me aparece de inmediato un letrero -luminoso- en la mente que dice: COMER, COMER, COMER.

Así que es posible que durante un tiempo parlotee sobre uno de los mayores placeres de la vida, uno de esos que me producen contento de verdad: cocinar.

*     *     *

Hasta donde alcanza mi memoria, siempre me ha gustado cocinar. A excepción de esa temporada en que los hijos solo quieren macarrones con tomate y filetes empanados, que para mi fué de frustración y desgana, siempre he disfrutado entre los fogones.

Para inspirarme, empiezo por repasar mis libros de recetas. Tengo una buena colección de ellos pero mi absoluto favorito desde mi último cumple el pasado enero es el que me regaló mi hija mayor con motivo de tan importante evento: Ard Bia Cookbook: Morning, Lunchtime, Afternoon, Evening, After Dinner & Pantry, reza el título.

Desde hace tres años, mi hija mayor vive en Galway, una preciosa ciudad costera irlandesa, donde imparte clases en el máster de interpretación de la Universidad Nacional de Irlanda. Ard Bia at Nimmos es uno de sus restaurantes favoritos. Es una encantadora mezcla de pub irlandés y restaurante, pegado al Spanish Arch al borde urbano del Atlántico. Allí me llevó un día mi hija a desayunar y me enamoré también del sitio. (Y de su roibos con miel, aunque no me gusta la miel).

Y el Ard Bia Cookbook es su libro de recetas. En él encuentro todo lo que tienen en su carta, cualquier receta de sus desayunos, su platos fuertes, las salsas y siropes con que riegan o acompañan sus panes o sus ensaladas, sus Patrick´s potatos (ñam, ñam) y una información detallada sobre especias conocidas y no tan conocidas que es una delicia repasar y en la que me entretengo más de la cuenta.

Total, que cada vez que voy a buscar una receta, me repaso el libro entero porque entre las fotos, la información que da sobre alguno de los ingredientes, el comentario personal de la autora sobre la receta o la pequeña historia que te cuenta para convertirte a la bonanza de la ecología en la alimentación, te dan las dos de la tarde y al final tienes que hacer deprisa y corriendo lo de siempre...

Como hoy que, después de haber descubierto que el cardamomo es un arbusto de hasta 4 metros, que su mayor productor mundial actual es Guatemala, que es digestivo, carminativo y templador de nervios, tengo que ponerme a hacer los filetes rebozados de mi suegra. Desde que los probé hace ya muuuuuchos años, jamás he vuelto a empanar un filete.


FILETES REBOZADOS DE ROSARIO:

-Filetes finos (de ternera, cinta de lomo o pollo)
-Harina fina de trigo
-1 ó 2 Huevos batidos con (o sin) perejil picado.
-Aceite, sal, pimienta

  1. Salpimentar los filetes (poca pimienta). 
  2. Pasarlos por harina, y sacudir el exceso.
  3. Pasarlos por el huevo y freír en aceite bien caliente (que no humee, un poco menos), dorando por los dos lados.


Servir con ensalada y patatas fritas.
Chuparte los dedos y querer repetir. (Pero no quedan)

Después de probar los filetes rebozados de Rosario, nunca volví a empanar una carne. Rebozados salen jugosos y muchos más tiernos que envueltos en pan. La próxima vez querrás hacer más de los necesarios: dejarás los que sobren en la encimera de la cocina y, a lo largo de la tarde, irán desapareciendo -miseriosamente- por trozos. Cuando vayas a picar tú un trocito, ya no habrá. Tienes que espabilar.

Un consejo útil: La próxima vez que los hagas, deja unas tijeras de cocina en la bandeja de los filetes que sobraron; los cortarán en lugar de arancarles trozos, con lo que el aspecto de las sobras será menos horrible. Y acuérdate de guardar uno de los filetes sobrantes en tu armario. Bajo llave. ¡Seguro que ahí no los encontrarán!