sábado, 25 de octubre de 2014

Money, money, money...

¡Hay tantas cosas más importantes que el dinero! Pero cuestan tanto...
Groucho Marx


Salud, dinero, amor... Estas son las tres cosas más importantes de la vida, aunque no necesariamente en este orden siempre. Son las tres cosas que la grandísima mayoría de los humanos buscan y esperan encontrar. Son el triángulo de la felicidad, si hacemos bien su cuadratura.

En muchas encuestas realizadas en las calles se ha preguntado a paseantes casuales cuál de estas tres es la más importante. ¿Adivinas cuál fué la respuestas en la mayoría de los casos? DINERO. Posiblemente, Rockefeller o JP Morgan no contestarían eso, pero ellos son caso aparte.

Por supuesto, todos los que respondían a las preguntas de la encuesta sabían que el dinero no puede comprar el amor o la salud; pero todos sabían también una gran verdad que comparten con Henry Ford y conmigo: el dinero no da la felicidad pero aplaca muchísimo los nervios. Además, no es ningún obstáculo serio a la felicidad; no obligatoriamente, al menos :-D.

Bueno, yo quiero probar si eso es cierto o no. Yo quiero tener todo el dinero del mundo. Y punto.

¿Y cuánto es todo el dinero del mundo? ¿Qué queremos decir con ello? Lo más interesante del asunto del dinero (interesante por lo curioso) es que, en realidad, no tenemos una idea exacta de cuánto es suficiente. No sabemos cuánto dinero necesitamos realmente porque no sabemos si existe ese punto concreto en el que podremos decir un día: "Ya tengo suficiente dinero. He conseguido todo el que necesitaba".

¿Existirá realmente ese punto? Uuuummmm... Lo dudo. Si el humano se caracteriza por algo es por seguir queriendo tener más cosas y vivir más experiencias.

Y es ley natural, así que no me siento en absoluto culpable por ello. Pero es un hecho curioso. En el instante en que conseguimos nuestro mayor deseo de ayer nace el que queremos para mañana. Y así siempre. Cuando nuestro salario sube, nuestros gastos también lo hacen (y no siempre de forma proporcionalmente sensata). Cuando alcanzamos el ascenso deseado y el consiguiente aumento de sueldo solemos estar insatisfechos (más) con lo que ya tenemos... Lo deseamos y lo odiamos, normalmente por no tenerlo. Lo tememos también, normalmente porque en algún momento de nuestra vida-esponja (infancia y adolescencia) hemos asimilado que el dinero proviene del diablo y nos hará cometer pecados indefinibles. Total, que tenemos una relación con este asunto bastante guerrera.

Hace poco leía una curiosa descripción cuántica del dinero.

Según esta teoría, debemos recordar siempre que la forma en que nos sentimos respecto al dinero en todo momento (tengamos en ese momento mucho o poco) es muy importante porque nuestros sentimientos respecto al dinero, como en todo, nos dicen si estamos en el camino de la prosperidad o estamos desbarrando. Al parecer, tan perjudicial es la creencia "el dinero no es importante" -porque lo es y tu lógica lo sabe- como "el dinero lo es todo" -porque no lo es, aunque intentes convencer a tu lógica de lo contrario- en este momento en que no puedes llamar a un fontanero en condiciones y tienes que conformarte con la chapuza que te haga ese amigo tuyo tan manitas.

El dinero sí puede llover del cielo...
Y podemos mejorar nuestros sentimientos encontradísimos con respecto al dinero recordando en todo momento en que nos venga el asunto a la cabeza que el dinero no es bueno ni malo. Es una herramienta neutra, como tantas otras. El dinero no nos puede obligar a hacer cosas diabólicas. Son nuestros deseos los que nos motivan a hacer cosas, sean diabólicas o no. Somos nosotros quienes decidimos cómo manejar nuestros dineros y qué hacer con ellos. No al revés.

Somos nosotros quienes decidimos si empleamos el dinero en pagar a un rumano para que le parta las piernas a nuestra suegra o en contratar a un escritor para que le escriba un anónimo amenazante en condiciones. También somos nosotros quienes decidimos si lo empleamos en mejorar nuestra vida: una buena casa, un buen coche, educación de nuestros hijos, practicar el diezmo, viajar en familia (o a solas :-D), visitas a museos, mejorar nuestra casa para que quede a nuestro gusto, donaciones a organizaciones de ayuda (serias), proyectos familiares de mejora de cualquier área de la vida, etc. Y ¿por qué no? Jugar a la Bolsa -con la sana intención de ganar más dinero todavía- si eres aventurero y te gustan los deportes de riesgo, especialmente en estos momentos... Todos los caprichos que nos podamos y queramos permitir que no perjudiquen a terceros son sensatos, y producen un enorme placer. 

¿Qué tiene eso de diabólico? Viéndolo así, ¿qué tiene el dinero a espuertas de malo? Nada. En absoluto. Por supuesto, esta teoría me encantó, y he decidido apropiármela.

Pero cuando más me recreaba en ella, me asaltó la duda dichosa: ¿es lícito tener y poder gastar tanto cuando otros no tienen nada o tienen tan poco? ¿No debería renunciar a mi fortuna (si es el caso) en favor de otros menos favorecidos? 

Y la teoría contestaba la pregunta con otra: Cuando ves a alguien enfermo, ¿te planteas estar dos o quince años malísimo para que el otro sane un poco o un mucho? 

O cuando tienes una maravillosa relación de pareja, ¿te planteas renunciar a ella para que la tenga tu amiga soltera?

O cuando tienes dos hijos maravillosos, ¿ofreces uno de ellos en adopción para que otro sin hijos pueda saborear esas mieles?

Uuuummm... Yo no, desde luego.

Pero cada uno ha de decidir qué hace con su fortunón. Tan cuántica y real es la energía del dinero como la de la salud y la del amor. De las tres cosas recibiremos la misma cantidad: lo que seamos capaces de aceptar. Sin culpa. Sin miedo. Sin nervios :-D.

Hay gente que se casa por amor y la hay que se casa por dinero... ¿por qué no la hay que se casa por salud? Ains, qué lío.

Volvemos al cierre del círculo infinito: lo importante es la actitud ante ello y los sentimientos que ese asunto -sea cual sea- nos provocan. Si no nos dejamos acobardar por el amor y la salud, ¿por qué hacerlo por el dinero? Todo es energía, dicen los cuánticos empíricamente; y el dinero lo es también, solo que su forma física nos produce muchos sentimientos encontrados, sobre todo si su físico es abundante y orondo.

La solución, propone esta teoría, es hacerse amigo del espíritu del dinero de forma consciente y con la intención clara y sana de atraerlo; tratarlo como a un igual, un socio al que dejas entrar en tu vida alegremente para disfrutar de su compañía y de todo lo que esta agradable compañía te reporta. De la forma que mejor te convenga y más felicidad te de sin destrozarte los nervios.

Ah, y también nos recuerda que, como energía, el dinero no proviene directamente de donde trabajas, del bolsillo de tu padre o de la loto. Estos son sólo algunos caminos que toma para venir de donde viene toda energía: el Universo. Y sus caminos, como todos sabemos, son infinitos e inescrutables. Así que "...no lo limites; deséalo alegremente, amplía tus miras y deja que fluya como quiera y desde donde quiera".

Digoooo... ¡Anda que no son buenas noticias!






sábado, 11 de octubre de 2014

La magia de la autosugestión: Afirmaciones positivas

Cada día, en todos los aspectos, mi vida va mejor y mejor
Émile Coué (1857-1926, psicólogo y farmacólogo francés)


Un lector me pregunta mi opinión sobre las afirmaciones positivas, y me pide que hable sobre ellas. Pues aquí vengo con el asunto...

No he sido nunca una devota practicante de ellas. De hecho, les tengo manía... Quizás porque como soy exagerada e impaciente para todo, el hecho de decirme --por primera y penúltima vez, en medio de un esplendoroso ataque de pánico-- que el mundo era un lugar maravilloso y seguro contradijo tan drásticamente mi lógica que me dejó frustrada, impotente y pensando que era más idiota de lo que ya pensaba que era. Ya sé que mi cabeza y mi lógica son otras, pero son las que tengo y con las que tengo que bregar. Y no convencí ni a la una ni a la otra de que el mundo era algo diferente a lo que estaban viendo en ese momento mis ojos, completamente respaldados por mi tripa encogida de miedo.

Lástima no haber oído hablar hasta años después de Émile Coué; con su forma de explicar la autosugestión y su famosa frase (la de arriba a la derecha) me hubiera ayudado a que todo fuese mucho más corto y mucho menos doloroso, al igual que ayudó a principios del siglo XX a muchísimos miles de ciudadanos del mundo entero. Pero no estaba yo para probaturas...

Émile Coué, un desconocido psicólogo y farmacéutico en su ciudad natal, Troyes, logró su renombre internacional gracias a su método de reprogramación de la mente. Durante la primera guerra mundial, y ante la ausencia de medicamentos, empleó con los heridos el método de autosugestión que había aprendido de Liebault (del que fué alumno) y que mejoró con resultados espectaculares. Los heridos mejoraban a ojos vistas, siempre y cuando repitieran la frase que les daba de forma consistente (repitiéndola a lo largo del día varias veces) y con perseverancia y convicción. La recuperación de estos hombres igualaba en calidad y tiempo a la de los heridos tratados con medicamentos.

Contariamente a lo que se creía por entonces (y por lo que aún todavía algunos creen), Coué descubrió que la imaginación dominaba a la voluntad. La fuerza de voluntad no es la fuerza invencible que parecía ser. De hecho, cuando la imaginación y la voluntad entran en conflicto es la imaginación la que sale victoriosa. Siempre. Tu mente es el escenario del crimen, ¿recuerdas? :-D

Haz la prueba: antes de hacer algo que, en apariencia, es un reto que llevarías a cabo sin mucho problema, tómate un par de días (incluso menos) repitiéndote tumbado al sol que no puedes hacerlo mientras imaginas tu esplendoroso fracaso. Verás confirmada tu afirmación y te será imposible llevarlo a cabo. En realidad, vemos confirmadas a diario nuestras afirmaciones, tanto positivas como negativas, conscientes o inconscientes: no puedo, no valgo para eso, soy demasiado mayor (o menor), siempre he sabido que no cantaba bien, con la crisis no hay trabajo, no tengo tiempo ni fuerzas, no vale la pena porque al final no saldrá... ¿Te suenan?

El perfeccionamiento y el autodominio se obtiene, según Coué, cuando la imaginación (mente consciente) ha sido dirigida y entrenada para que coincida con nuestros deseos. A menos que lo hagamos de forma inteligente, la ley del esfuerzo contrario se ocupará de que no salga bien la cosa. En su obra My method, Coué pone un ejemplo que todos conocemos en carnes propias: 

"Supongamos que un hombre que sufre de insomnio decide intentar el efecto de la autosugestión (afirmaciones positivas). A menos que haya sido antes advertido de ello, se repetirá frases de este estilo durante todo el tiempo: Dormiré bien; voy a dormir bien; puedo dormirme sin problemas... Haciendo durante ese rato esfuerzos desesperados para persuadirse y coaccionar el sueño. Esto es fatal. El propio hecho de forzar el sueño ha convertido este último en una fuerza que actúa en sentido contrario de lo que se desea, con el resultado del pobre hombre volviendo, frustrado e insomne, a la cama.

Antes de ejercer la voluntad, la imaginación debería de ser desbloqueada a nuestro favor. Dejar que la imaginación, una vez entrenada de forma que nos apoye,actúe sin forzarla. Durante esta fase deberíamos ser bastante pasivos porque, mediante procesos casi misteriosos e inexplicables, nuestro subconsciente lleva a cabo maravillosas hazañas."

Y para apoyar esto, nos recuerda el famoso experimento del que habló Pascal: "Nadie tendrá problemas para recorrer un tablón de solo veinte centímetros de ancho tendido en una calle. Pero tiende ese mismo tablón entre dos edificios de esa misma calle a la altura del octavo piso y veremos si la imaginación es o no es más poderosa que la voluntad... 

Además de haber aprendido ya todo lo que dice Coué, también he descubierto que utilizar las afirmaciones positivas de forma indiscriminada es irresponsable y frustrante. Para ser efectiva, la autosugestión ha de estar en línea con mi propia lógica personal: ha de ser coherente y práctica.

Repetirme cien mil veces por minuto que el mundo es un lugar maravilloso y seguro mientras me pilla en la calle un fuego cruzado entre bandas no me ayudará; al contrario, la clarísima incoherencia entre lo que están viendo mis ojitos y la imagen que intento forzar en mi mente me paralizará. Es momento de acción; hay que correr y buscar un portal o un árbol frondoso de enorme tronco. Y no podré correr si estoy paralizada en una playa caribeña mental. Mejor echo mano de mi coherencia inteligente y me digo: estás en problemas, Houston, pero recuerda que no muere todo humano por herida de bala; saldré de esta como sea. Mi lógica me dice que eso es posible y, aunque no crea a pies juntillas con fe ciega en el Altísimo que yo seré uno de los que se salven en esa situación, mi cerebro filtrará la información como posible y, por lo tanto, fiable (lógica) y, en apoyo a mi institnto de supervivencia, me pondrá a correr a todo lo que den mis piernas (y más). Corriendo a toda pastilla y enfocando mi aguda vista en los alrededores tengo muchas más posibilidades de encontrar ese portal o ese enorme árbol que estando tumbada mentalmente al sol, en medio del fuego cruzado de bandas físicas que, en ese momento, disparan en mi mundo personal real (o lo que sea este mundo). Ya iré al Caribe en verano... sin más presión añadida que el precio del billete.

Para salir airosa de un parto complicado nos vendrá bien respirar deprisa y pensar que no todo el mundo muere de parto; de hecho, hoy nadie lo hace. ¿Por qué voy a ser yo la excepción justo ahora? Con esa idea lógica y cierta en la cabeza, respiraré lo mejor que pueda y ayudaré a traer al mundo a esa criatura que empuja para salir; en lugar de apretar las piernas, paralizada por el miedo, impidiendo que ese mi niño siga su curso hacia este planeta. Mientras, eso sí, recito con vehemencia e incoherencia que todos los partos son siempre rápidos, seguros e indoloros, sencillos y cortos, teletransportándome a un  lugar al que en ese momento no estoy accediendo ni de blas porque ahora mismo no existe en mi mundo personal nada aparte de un quirófano y muchos nervios.

Encontrar el trabajo de mis sueños --con crisis o sin ella-- con la tripa apretada de preocupación mientras canto con forzada alegría "El mundo está lleno de puestos de trabajo como el de mis sueños" y reviso con muchísima atención las cifras de paro en aumento de todos los países del mundo no me ayudará a llegar ahí. No de inmediato ni muy pronto al menos. Falla mi lógica, se siente agredida; entra en conflicto mi imaginación (mucho más poderosa) con la voluntad de encontrar trabajo, conflicto que impedirá que mis manos redacten mi buen CV y que mis piernas me lleven a Correos a enviar 100 sobres con copia de mi currículum dentro. Paralizada por la imaginación, no tengo nada que hacer. Y todo ha ocurrido en mi mente; en un segundo me he quedado sin el trabajo de mis sueños y sin aliento.

Mi cerebro no es tonto y solo filtrará una información que, aun siendo un reto, tenga lógica parecida a lo que él considera real y objetivo. Algo incontestable como: "Hay muchas personas en el mundo que trabajan aún; y muchas de ellas trabajan en un puesto parecido al que yo deseo; hay aún empresas en el mundo que se dedican a lo que yo sé hacer y se siguen abriendo empresas nuevas; quizás no tantas como en tiempo de bonanza pero siguen creándose y necesitando mis habilidades; la gente, a pesar de la crisis, sigue cumpliendo años y jubilándose, dejando vacantes puestos que yo puedo ocupar...". Ahí sí estoy empezando a solucionar el problema. Adiós, Houston, ya no te necesito.

Pero hay que entrenar la imaginación (mente consciente) para que haga de estas habilidades algo habitual, creando así nuevos caminos neuronales que, con tiempo y diligencia, irán sustituyendo por borramiento masivo de datos los antiguos y aterradores. Y para ello hay que pasar por ejercitar esas habilidades de forma consciente y perseverante durante un tiempo. Igual que cuando aprendimos a conducir, que parecía que no teníamos manos y pies suficientes para manejar esa maldita máquina. Y hoy vamos a cualquier sitio conduciendo y silbando a la vez, parece mentira, tan contentos.

La afirmación positiva de Coué es la única, sinceramente, que utilizada y repetida a diario todo lo que puedo, nunca contradice mi lógica, impaciente y exagerada como yo. Porque, cuando me pongo a revisarla, veo que es cierto que, cada día, en la búsqueda de mi felicidad sostenible, mi vida va mejor y mejor en todos los aspectos. Algunos mejoran más rápido que otros, pero todos mejoran cada día.

Si es necesario, recuérdatelo cada día escribiendo una lista de todos los embrollos de los que has salido; todas las cosas que has rematado con éxito; todo el consuelo que has dado y recibido; todo el cariño y el apoyo que has ofrecido y te han brindado; todo el amor que has hecho efectivo de una u otra manera; toda la ayuda que has prestado y se te ha prestado; todos los títulos que has sacado; todos los aplausos, agradecimientos y palmaditas en el hombro que has recibido. En resumen: todo lo que has hecho por mejorar y crecer expandiendo tu persona a tu mejor entender. No insultes a las inteligencias humanas y divinas empeñándote en que eres menos de lo que realmente eres porque un día, ya lejano, te convencieron de lo contrario. O porque aún alguien te lo dice todavía.

Y, sobre todo, no insultes a tu propia inteligencia haciéndolo, porque esa sí que no perdona.

Y en cuanto a las afirmaciones (que ya me he desviado), lo dicho: empléalas con inteligencia y aplicando tu propia lógica; sólo de esa forma funcionan muy bien a corto, medio y largo plazo, un rato al día diciéndolas muchas veces :D. Y ya sé que es un ejemplo muy manido, pero no por ello menos cierto: poner una pegatina de una carita feliz tapando el chivato de la gasolina cuando se pone en rojo no llenará el tanque. El tanque sólo tendrá gasolina cuando tú se la pongas.

Pues lo mismo con las afirmaciones positivas.



Cada día, en todos los aspectos, mi vida va mejor y mejor.


sábado, 4 de octubre de 2014

Y como no sabía que era imposible, lo hizo


Trascender los propios límites, ains...

En un artículo de la revista Spirit Science, Kirsten Cowart asegura que somos seres sin límites con un infinito potencial y que, aún así, nos limitamos a nosotros mismos. Somos nosotros, al parecer, los que estorbamos nuestro propio camino hacia el cumplimiento de nuestros sueños.

Y, aunque podemos echarle la culpa a nuestros padres, maestros y otras figuras de autoridad en nuestra vida a lo largo de la infancia y juventud, la realidad es que cuando ya somos jóvenes adultos y podemos elegir otra forma de ver y de interactuar con el mundo, seguimos eligiendo el miedo en muchas ocasiones.
  
¿Seremos lo suficientemente valientes como para tirarnos de cabeza a por nuestros sueños y hacer que se cumplan? ¿Reconoceremos que podemos tener, ser y hacer cualquier cosa que queramos en esta vida (y seguramente en las otras), y que lo único que necesitamos es pedir y movernos en esa dirección? ¿O seguiremos imaginando paisajes negros y desoladores antes incluso de definir con claridad nuestro sueño matándolo antes de que nazca?

En su discurso de aceptación del doctorado Honoris Causa de la Maharishi University of Management, el actor Jim Carrey habló de este tema sorprendiendo y deleitando a todos los recién graduados, profesores e invitados al acto. 

Habló de cómo descubrió que es uno con el universo y que, sabiéndolo, todos sus límites saltaron por los aires. Aprendió que que podemos pasar nuestra vida entera imaginando fantasmas acerca de nuestro futuro o podemos entender que todo, absolutamente todo, tiene que ver con este preciso momento, ahora mismo, y con qué actitud lo afrontamos. Jim Carrey nos aconseja:


Olvídate del cómo va a ocurrir y confía
en que añadiendo energía e intención a tus objetivos
éstos se cumplirán


¿Qué objetivos y sueños son los nuestros? ¿Queremos cambiar el mundo? ¿Soñamos con viajar por todos los continentes o con ser artistas? ¿O con construir los más bellos y autosuficientes edificios jamás construídos? Quizás queremos estudiar matemáticas puras pero nos dijeron en algún momento que no valíamos para ello... 

Hay cinco cosas que podemos recordar cuando nos demos cuenta de que actuamos sintiéndonos limitados:

1. Estás conectado a todo lo que es y como parte de todo lo que existe puedes alcanzar cualquier cosa que desees o imagines en la que trabajes con empeño. 

2.  A veces, los muros de nuestra vida se elevan porque necesitamos nuevas herramientas o ingredientes. Consulta a expertos, utiliza internet; échale valor y haz preguntas claras. Encuentra nuevas herramientas y, si no existen, créalas tú. 
3. Elige el aprecio (amor) en lugar del temor cada vez que estés tomando una decisión. Aprecio sincero por  ti mismo y por todas las personas implicadas en el asunto. Aprecio sincero por todo lo existente (ya sé, ya sé...). Esfuérzate por tomar decisiones en las que, según tu criterio personal, ganéis todos los implicados (y eso no significa de ninguna de las maneras que tengas que hacer lo que digan los otros, sean implicados o no). Esto es posible si buscamos con empeño la forma de hacerlo bien a nuestro parecer. Confía en tu criterio antes que en el de otros, siempre. 
4.  Piensa "fuera de la caja" y encuentra una solución que nadie más haya intentado o encontrado antes. No tenemos que hacer las cosas de la forma en que los otros las han hecho siempre. Si hemos puesto una gran cantidad de energía y pensamiento en algo y ese algo sigue pareciendo no tener sentido, quizás tengamos que plantearnos que hay otra manera u otro camino para llevarlo a cabo. 
5. Sé consciente de y reconoce que todo el mundo tiene miedo, y que casi siempre el consejo que te ofrecen está basado en sus propios temores y no en limitaciones reales de ningún tipo (y desde luego, no tuyas). Su opinión no implica que no se pueda hacer; solo significa que ellos no han sido capaces de encontrar una manera de hacerlo con éxito.
6. Abandona la idea de perfección definitivamente o jamás darás un paso. La perfección universal no existe, y lo sabes. Ya lo hubieras descubierto, y no lo has hecho.

Recuerda: "Y como no sabía que era imposible, lo hizo"
:-D