sábado, 30 de mayo de 2015

Felcidad y Amistad

La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad
Francis Bacon

Encuentro entre los papeles que tan generosamente me regaló la profesora de Psicología Encarna Nouvilas unos que hablan de la amistad y su relación con la felicidad en nuestras vidas. Me pongo con ellos de inmediato, sin revisar el resto (ains, ¿qué me estaré perdiendo esta vez?).

Porque, ¿puede haber algo más interesante que descubrir en qué medida impacta e influye la amistad en nuestro grado de felicidad diaria? ¿Qué tendrá que ver la amistad con la felicidad sostenible?

Siendo la felicidad la suma de la satisfacción global de la propia vida más la presencia de afectos positivos y la ausencia de afectos negativos en ella,  nadie pone en duda la asociación amistad-felicidad. ¿O sí?

Décadas de investigación empírica han demostrado que tener amigos y experimentar relaciones amistosas íntimas y sus consecuencias lógicas (como son, entre otras, el apoyo, las interacciones  estrechas o reírse juntos) auguran mucha felicidad. De hecho, el papel de la amistad en nuestra felicidad se ha venido a llamar en estos estudios  the deep truth ("la profunda verdad").

La asociación entre amistad y felicidad es indiscutible e indiscutida. Todos tenemos amigos, queremos mantenerlos y, aun cuando nos hacen una gran faena, nos cuesta alejarlos de nuestras vidas; por lo general, andamos como locos buscando excusas para perdonar y olvidar. Y nos sentimos felices cuando encontramos una y podemos hacer borrón y cuenta nueva si ese amigo traidor era un buen amigo y un amigo de mucho tiempo. Yo he oído a amigas mías decir que les dolió más romper con un/a amigo/a que con un marido. Nunca he roto con ninguno de tanta importancia en mi vida pero, de ocurrir, estoy segura de que me dolería más que mi divorcio (uy, cuando recuerdo que estuve casada me parece otra vida). 

El roce amistoso y bienintencionado hace el cariño, y ese cariño lleva a la intimidad emocional; borrar eso se nos hace tan cuesta arriba... porque él era nuestro amigo.

Pero ¿qué es la amistad?

"La amistad es una relación cualitativa de interdependencia voluntaria entre dos personas enfocada a facilitar los objetivos socio-emocionales de los participantes y que pueden implicar diversos tipos y grados de compañía, intimidad, afecto y ayuda mutua." (Hays, 1988).

Jo, qué mal suena dicho así, pero así es en realidad. Los participantes en una relación de amistad sincera somos voluntarios sometidos a un objetivo común de facilitar las cosas al otro en la medida de lo que podamos, hacerle reír, escucharle, quererle y charlar de intereses comunes y no comunes a todo meter. Necesitamos comunicarnos con nuestros mejores amigos a todos los niveles y nos sentimos agradecidos de tenerlos en nuestras vidas (aunque pocas veces se lo digamos). ¿Cuántas horas nos tiramos al teléfono con una amiga a la que acabamos de dejar en la puerta de su casa o a la que vamos a ver mañana? ¿Cuántos minutos, si hay alguno, aparcamos la sonrisa durante una conversación con una amiga o amigo íntimos? ¿Cuántas veces ha aguantado con paciencia infinita que rehagas cada día de la última semana el plano de tu nueva cocina y se lo cuentes otra vez? ¡Pero si los buenos amigos, los de verdad, sirven hasta para poder coquetear con ellos sin peligro! 

La calidad y el grado de interdependencia de esta relación diferencia un punto esencial en el grado de "cercanía" (emocional) entre amigos.

Todos, o casi todos, tenemos más de un amigo y el grado o nivel de esa interdependencia, mutua y voluntaria, marca el hecho de lo que llamamos "mejor amigo", "buen amigo" y "es amigo mío". Las investigaciones y sus resultados establecen sin dudas que los humanos tienen relaciones de más alta calidad con un "mejor amigo" que con el resto de sus amistades, sin que este resto deje por ello de ser importante y satisfactorio en nuestra vida. Pero ese mejor amigo mantiene un lugar especial en nuestra red de relaciones amistosas.

Recibir apoyo de un amigo en tiempos de necesidad, bien sea apoyo físico tangible bien apoyo instrumental, y experimentar la intimidad de la amistad verdadera e incondicional tienen el potencial indiscutible de influir --y mucho-- en nuestro bienestar. Igualmente, el simple hecho de pasar un rato con nuestros amigos en tiempos de vino y rosas e implicarnos con ellos en actividades placenteras y/o divertidas, contribuye también a nuestra felicidad (en medida parecida, que no mayor). Y los estudios que existen acerca de este tema dejan claro que esta relación de amistad-felicidad se da no solo con nuestros mejores amigos sino que existe igualmente con los tres grados de amistad que todos los humanos mantenemos (mejor amigo, buen amigo, amigo).

Entre otros aspectos de la amistad cercana, quizás el más importante para ambos componentes de la relación amistosa es la percepción de la importancia que tenemos en la vida del otro.


Esta percepción de nuestra importancia en la vida de nuestro amigo se refiere al sentimiento de que contamos y marcamos una diferencia en la vida de otra persona (o en una comunidad en general, por ejemplo una familia, un grupo de música, de lectura o escritura, un proyecto en el que participamos con amigos), y es un aspecto importante del concepto que tenemos y formamos acerca de nosotros mismos.

Hay muchos trabajos teóricos de investigación que nos sugieren que percibirnos como importantes --o al menos significativos-- para otros es una predicción indiscutible de bienestar psicológico. Para todos sin excepciones, sentirnos importantes en la vida de alguien importante para nosotros es... importante.Apoyando estos estudios teóricos hay numerosas investigaciones empíricas que demuestran que tener importancia en la vida de nuestros importantes está directamente asociado con más altos niveles de autoestima (sea eso finalmente lo que sea), menores niveles de depresión, mejor concepto de nosotros mismos, mayor satisfacción en nuestras relaciones y una mejor percepción del apoyo social que recibimos, del que no siempre somos conscientes porque lo damos por sentado (y sigue de pie).

Si te dieran a elegir ¿qué elegirías: la eterna juventud o una amistad eterna? Porque siendo eternamente joven y bella puedo sentirme sola eternamente pero teniendo un amigo eterno eso nunca ocurrirá; ni siquiera cuando esté arrugada como una pasa.

Creo que, contrariando al filósofo insigne, el divino tesoro es la amistad, no la juventud.

viernes, 15 de mayo de 2015

Experiencias y Felicidad

En lo que mi amiga Paloma llama el terrible cotidiano -terrible por lo repetitivo- experimentamos casi de continuo acontecimientos físicos que, a su vez, desencadenan en nosotros acontecimientos emocionales y psicológicos de tamaño y  peso variado. Si no nos andamos ojo avizor pueden convertirse en automáticos.

Esto no es malo per se. De hecho, esto en en muchos casos una ventaja. Por ejemplo, es una ventaja que respiremos automáticamente, que sonriamos ante una sorpresa; es buenísimo que no tengamos que controlar de forma consciente y personal la circulación de nuestra sangre o la filtración de nuestros riñones, y es fenomenal que no tengamos que recordar mantener una saludable ritmia de nuestro corazón o un sensato crecimiento de las uñas de nuestros pies... 

La Naturaleza es sabia y compasiva, y nos ha facilitado todas estas tareas apartando nuestra consciencia de hechos que no podríamos controlar aunque quisiéramos (por falta de tiempo, más que nada) para que nos sintamos libres de ser, hacer y tener otras cosas mucho más divertidas y menos cotidianas que sí podemos controlar, como comprarnos ese bolso o apuntarnos a una clase particular de botánica en El Escorial.

El automatismo deriva de lo bien que hacemos algo por haberlo hecho muchas veces seguidas, como conducir de casa al trabajo, preparar el desayuno del niño o tender la ropa; actividades que nos permiten, por su automatismo, pensar en otras cosas mientras las llevamos a cabo. Peeeeero... El automatismo no es tan bueno -de hecho es perjudicial para la salud- cuando nos proporciona vía libre al automachaque y autoflagelo con actividades mentales que desembocan en cosas muy poquísimo divertidas como el terror autoinducido.

Mi episodio más escandaloso de este tipo de actividades mentales automáticas ocurrió (bueno, lo ocurrí yo) durante una mamografía (primera y última, no me vuelven a pillar) en la que me prensaron los pechos con la misma facilidad con que aplastamos una flor entre dos secantes. Cuando empecé a vestirme de nuevo,  la enfermera me dió el alto y me dijo que esperara diez minutos porque me tenían que repetir la última "toma".

Desde la sala de rayos salté directamente y sin atajos a la escena en que decido que tengo cáncer, sí, pero a mí no me quitan un trozo de Rosa ni de coña. De ahí salté de inmediato a las tristísimas escenas consecutivas de despedirme de las niñas y darles instrucciones sobre mi funeral --discreto, por supuesto--, pidiéndoles entereza y madurez. El automatismo me llevó luego a preguntarme cómo se las apañarían las pobres tan pequeñas, solas, y a planificar cuidadosamente con quién vivirían cuando ya no estuviera yo.

Todo eso en cinco minutos, sola y a medio vestir en una habitación llena de máquinas donde hacía un frío que pelaba.

Las lágrimas de apenada madre corrían por mis mejillas que daba gusto cuando escuché un "Perdone, señora, todo está bien, el doctor no ve ninguna anomalía". De repente sentí dos emociones encontradas clarísimas: por un lado, un alivio superbestia, por supuesto; por el otro, una rabia desatada; después de todo lo que había tenido que "arreglar" y "decidir" ante tan dolorosa situación, ¿ahora resultaba que no tenía nada? ¡Amos anda!

Reflexionando más tarde sobre el asunto me quedé pasmada ante el caudal generosísimo de imaginación que desarrollé en dos minutos encaminándome directa a lo peor. ¿Por qué no se me ocurrió "automáticamente" que podía ser un perfeccionismo del médico que a mí, en realidad, no tenía por qué afectarme? Pero con la guardia baja me afectó...

¿Por qué los automatismos pueden ser tan buenos y tan malos? 

En los automatismos que afectan de forma directa a las emociones yo tengo que estar alerta; aunque mis impulsos de ir cuesta abajo y a toda velocidad han disminuído considerablemente, no me fío todavía de ellos ni un pelo.

¿Mi truco? Dar mentalmente un paso atrás ante cualquier situación de "al borde del abismo" y mirarlo como si no fuese conmigo. Es más fácil de lo que parece y da resultados espectaculares. Y lo sigo haciendo una y otra vez, hasta que se haya convertido en automatismo y no tenga que pensar en ello siquiera...

Me voy a terminar de trasladar la cocina al salón que mañana temprano vienen a instalarme el suelo nuevo. Pero estoy tranquila: en lugar de imaginarme la que me van a armar a las 8 de la mañana y lo que luego me tocará limpiar, rascar, levantar y volver a bajar, me imagino directamente las 8 de la tarde con todo nuevo, limpio y, sobre todo, recolocado con sensatez. 

¡Feliz finde de San Torcuato! (me toca más de cerca que san Isidro).