domingo, 28 de junio de 2015

Haz algo


Cuando estoy preocupada, triste, desorientada o rabiosa necesito ponerme medallas, y para ello siempre acudo a mi fórmula mágica.

Es una fórmula que te saca del oscurantismo momentáneo en un pis pas. Es una fórmula sabia, sensata y eficaz como no conozco otra. No das un salto cuántico de la sensación de vacío a la alegría infinita y duradera (eso no existe) pero es el primer paso. El primer paso y el definitivo.

Dice un principio hermético que "Arriba es como abajo; afuera es como adentro" (pasaré de puntillas por la sintaxis del hermetismo). Digo yo que será un principio también reversible: si cambio el abajo y el adentro, cambiaré el arriba y el afuera.

Es, además, una fórmula muy sencilla de empezar a practicar y, una vez coges carrerilla, te viene a la cabeza cuando necesitas moverte en alguna dirección y no sabes por dónde meter el pie.

Reza así:

Haz hoy algo por ti
Haz hoy algo por tu casa
Haz hoy algo por otro


No tengo ganas ni inspiración para escribir hoy sobre la felicidad así que haré algo más práctico que desarrollar o estudiar teorías. Haré algo por mí, haré algo por mi casa (¿ordenar el milésimo armario?) y haré algo por otro; posiblemente por mis hijas, que son muy agradecidas. Hoy quiero que alguien me cuelgue unas cuantas medallas y con las niñas, almas generosas, hoy eso lo tengo garantizado.

Buen domingo.
Hazlo AHORA.

domingo, 21 de junio de 2015

¿Puede hacernos infelices la búsqueda de la felicidad? (I)


Pocas cosas parecen tan naturales y prácticas como el deseo de ser feliz. La felicidad es un ingrediente clave de nuestro bienestar por lo que es razonable esperar que fijarnos como objetivo nuestra propia felicidad arrojará resultados positivos y beneficiosos para nosotros, ¿no? 

Entre los expedientes Nouvilas encuentro un estudio titulado "La búsqueda de la felicidad puede hacernos sentir solos", estudio llevado a cabo por investigadores e las universidades de Denver, California en Berkeley, Colorado, la Universidad Hebrea y el Boston College en el que se proponen demostar que, contra toda apariencia, valorar al alza la felicidad propia puede tener consecuencias negativas sorprendentes.

What???

¿Felices pero solos?
¿La causa? Estos investigadores plantean, específicamente, que esto es causado porque el esfuerzo de alcanzar mejoras y beneficios personales puede dañar las conexiones con los otros. Como la felicidad se define habitualmente en términos de sentimientos positivos (beneficio personal) en el contexto occidental, de ahí resultaría que esforzarnos por ser felices podría hacernos sentir solos al concentrarnos en esa nuestra búsqueda.

What???

Al leer la sugerencia que hace el estudio de que cuanto más valor le damos a nuestra felicidad personal más solitarios nos sentiremos en nuestro día a día, me viene a la cabeza la primera pregunta:

¿No es esta afirmación un contrasentido? ¿O es que los investigadores nos toman por tontos?

Si uno de los pilares de la felicidad es nuestra red de relaciones (familiares, sociales, de amistad), y eso todos lo sabemos, digo yo que ya nos guardaremos de aislarnos. A menos, claro, que nuestra felicidad consista en una vida de meditación y retiro; lo cual, si nos da la felicidad, también es perfectamente válido. Por fortuna, hay gente para todo y todos tenemos el derecho inalienable a ser felices.

Sigo con el estudio y veo que los investigadores de este equipo reconocen que esta hipótesis no ha sido todavía demostrada empíricamente (ya me extrañaba). Aún así, el asunto ha picado mi curiosidad y sigo leyendo...

Los investigadores trabajan en este estudio comparando los niveles de sentimientos de soledad de los participantes con los niveles hormonales, concretamente con niveles de progesterona y cortisol. Eligen personas (por cierto, solo mujeres) que hayan tenido una pérdida traumática a lo largo de los seis meses anteriores al estudio. Para evaluar los sentimientos de soledad se valen de autoinformes diarios de los participantes, y para evaluar los niveles hormonales de los mismos se valen de un chicle. Así mismo: les suministran chicles con cero por ciento de azúcar para obtener 5 ml de saliva que recogen en viales estériles de politileno, muestras que son inmediatamente congeladas después de cada sesión.

Los resultados que arroja este primer y brevísimo estudio pareen indicar que el estado de ánimo (state of affect) de los participantes no cuenta a los efectos de sentirse más feliz a la hora de valorar en más o en menos la propia felicidad; pero sí cuentan a la hora de sentirse más o menos solo.

What???

En general, nuestros valores determinan lo que queremos conseguir; lo que, a su vez, nos llevará a trabajar en dirección a esos objetivos.

Por ejemplo, alguien que atribuye un enorme valor a la excelencia académica querrá conseguir las mejores calificaciones para su expediente y ello le llevará a estudiar duro para alcanzarlas (y esa misma disposición le llevará a conseguirlas antes o después). Aplicando la misma lógica, valorar como importante nuestro nivel de felicidad debería dar como resultado una mayor felicidad, ¿no?

Pues un segundo estudio llevado a cabo poco después de éste por prácticamente el mismo equipo, arroja de nuevo dudas sobre los efectos paradójicos de que nuestra felicidad nos importe. Qué empeño, oye...

¿Puede la búsqueda de nuestra felicidad hacernos infelices?

Creo que puede ocurrir esporádicamente, y por espacios concretos de tiempo. Pero esa infelicidad temporal siempre será por un bien mayor (la felicidad tal y como la concebimos cada uno). Por ejemplo, supongo que los deportistas de élite preferirían, como tú y como yo, estar tomando el sol o unas copas en lugar de entrenar ocho horas diarias. ¿La diferencia? Conseguir acceder a un campeonato --y no te digo ya ganarlo-- es su idea de la felicidad, aunque a nosotros nos parezca una locura y, desde luego, no sea nuestro ideal de felicidad.

Y solo la conseguirán entrenando doloridos ocho horas diarias.

Pero, ¿entonces?

sábado, 13 de junio de 2015

¿Existir o ser?, esa es la pregunta

Anna Quindlen


Hacía tiempo --mucho-- que no repasaba los escritos de Anna Quindlen y hace unos días, haciendo limpieza frenética de papeles, me topé con su pequeño A short life to a happy life


No recordaba de qué trataba así que me senté entre un montón de bolsas de basura llenas de borradores, catálogos y mapas y sillones y mesitas atestadas de papeles que intentaba clasificar con poco éxito. Le eché un ojo en diagonal mientras mi mente se aferraba al tema orden de mi despacho.

Sus sensatísimas palabras y su estilo natural, humilde y de pocos aspavientos captaron mi atención y el orden pasó a segundo plano. Por supuesto, la mía es una traducción apresurada de sus palabras y espero que una interpretación certera de las mismas. De cualquier manera, en inglés o en español, este fragmento no tiene desperdicio en referencia al tema que más nos importa: nuestra felicidad.

Disfrutad este manojo de sabias palabras.

"...Pero eres la única persona en el mundo que tiene la custodia de su propia vida. Tu vida excepcional. Toda tu vida. No solo tu vida en un despacho, o tu vida en el autobús, o en el coche o frente al ordenador. No solo la vida de tu mente sino la vida de tu corazón. No solo tu cuenta corriente sino tu alma. 

La gente no habla ya mucho acerca del alma. Es mucho más fácil escribir un currículum que elaborar artesanalmente un espíritu. Pero un currículum es un frío consuelo en una noche de invierno, o cuando estás triste, o roto, o cuando te sientes solo, o cuando te dan los resultados de una radiografía y no son buenas noticias, o cuando el doctor escribe en tu ficha: pronóstico, grave

Este es mi currículum. No es lo que dice mi biografía profesional, a pesar de que estoy orgullosa de ella:

Soy una buena madre de tres hijos buenos.  Nunca ha sido mi intención dejar que mi profesión sea un obstáculo en mi camino como madre. Ya no me considero el centro del universo. Hago acto de presencia. Escucho. Intento reír. 

Soy una buena amiga para mi marido. He intentado que mis votos matrimoniales signifiquen lo que dicen. Hago acto de presencia. Escucho. Intento reír.

Soy una buena amiga para mis amigos y ellos lo son para mi. Sin ellos no tendría nada interesante de lo que hablar con nadie porque sin ellos yo sería un trozo de cartulina en blanco. Pero les llamo por teléfono y quedo con ellos para comer. Hago acto de presencia. Escucho. Intento reír.

En el mejor de los casos, sería mediocre en mi trabajo si todas esas otras cosas no fueran verdad. Nunca podrás ser excelente en tu trabajo si tu trabajo es todo lo que eres. Así que supongo que el mejor consejo que puedo darle a cualquiera es muy simple: consíguete una vida. Una vida real, no una maníaca persecución del próximo ascenso, la mejor paga, la casa más grande. ¿Crees que esas cosas te importarían tanto si una tarde desarrollaras un aneurisma o hubieras encontrado un bulto en tu pecho mientras te duchabas?

Consíguete una vida en la que notes el olor del agua salada impulsándose con la brisa sobre las dunas; una vida en la que te pares y mires como un halcón de cresta roja planea sobre un estanque o un pinar. Consíguete una vida en la que prestes atención al niño que frunce el ceño concentrándose en alcanzar una Oreo del estante de la cocina.

Apaga tu teléfono móvil. O tu teléfono fijo, igual da. Mantente tranquilo. Estate presente.

Consíguete una vida en la que no estés solo. Encuentra gente que te ame y a quien ames. Y recuerda que el amor no es ocio sino trabajo. Cada vez que contemplo mi diploma recuerdo que aún soy estudiante, todavía aprendiendo a diario cómo ser humana. Envía un e-mail. Escribe una carta. Besa a tu madre. Abraza a tu padre.

Consíguete una vida en la que seas generoso. Mira cómo las azaleas crean capullos estrellados de color fucsia a tu alrededor cada primavera; mira la luna llena vestida de plata en un cielo negro durante una noche fría. Y entiende que la vida es gloriosa y que no puedes darla por sentada. Cuida con tanto esmero sus bondades que quieras desplegarla a todo tu alrededor.

Toma el dinero que hubieras gastado en tomarte unas cervezas en el bar y entrégalo a una buena causa. Trabaja como voluntaria en un comedor social. Da clases a un niño de séptimo curso.

Todos nosotros sin excepción queremos hacerlo bien pero si no hacemos también el bien hacerlo bien nunca nos parecerá suficiente.

Exprime hasta el más pequeño momento; vívelo porque, bueno o malo, nunca volverá de forma idéntica.

La vida es corta. Recuerda ésto también. Nos resulta tan fácil malgastar nuestras vidas: nuestros días, nuestras horas, nuestros minutos no disfrutados.

Cuando empieces a vivir de esta manera habrá un antes y un después en cada uno de tus días..."


Ahí es nada.

Sigo con mi orden en casa; ahora mismo ese orden es una parte importante de esa vida que quiero conseguir para mí.

Haré acto de presencia. Escucharé. Intentaré reír. Aunque por el momento un contenedor medio lleno de papeles, a la puerta del jardín, sea el único testigo de ello. Junto conmigo.

Feliz fin de semana.