viernes, 18 de septiembre de 2015

La fórmula de la felicidad (y II): Magia Potagia...

Para alcanzar la verdadera madurez tienes que descubrir qué es lo que más valoras. Es extraordinario descubrir cuán poca gente lo alcanza. Parecen no haberse parado nunca a considerar qué es lo que tiene valor para ellos. Malgastan grandes esfuerzos y en ocasiones hacen enormes sacrificios por valores heredados o imbuídos por otros que, en realidad, no cubren sus verdaderas necesidades. Y pierden así el auténtico significado de la vida.
(Eleanor Rooselvelt,11 Keys for a more fulfilling life)

La fórmula mágica:

Actitud + Intención + Confianza = Felicidad


La felicidad, cuando la empezamos a buscar, es un poco esquiva y puede parecer revoltosa... Dice la leyenda que, al igual que a las mujeres, no hay quien la entienda.

Y es una fama injustificada porque somos bien sencillitas: si decimos que no nos pasa nada, quiere decir que estamos echando humo; si decimos ya veremos quiere decir que ni lo sueñes; si decimos que lo pensaremos, queremos decir que sí; y si decimos que sí, queremos decir que por supuesto y de inmediato. Si una amiga nos pregunta que qué tal va con esa falda y le contestamos que tiene un color de uñas ideal queremos decir que va hecha una facha... ¿Quién no entiende eso, por diossssss? Es un lenguaje bien sencillo, solo hay que saber un poco de cálculo creativo...

Los hombres en cambio son un poco menos delicados, aunque ellos dicen que son simples: si dicen sí, están diciendo que sí; si dicen no, están diciendo que no y si les preguntas que si vas bien o si creen que estás gorda te van a decir la verdad. ¿Quién entiende eso, por diosssss? Dicen, también, que se les puede adivinar el pensamiento...

Bueno, pues la felicidad en su segunda y última fase (o sea, que le has pillado el truco y llevas carrerilla) es un poco como ellos: sí es sí y no es no. Absolutamente. Y, además, puedes adivinar perfectamente si llevas buen camino o te vas escorando hacia el lado que no te conviene.

Hay que trabajarla un poquito y estudiar las consecuencias de creer o no creer en esa verdad absoluta.

Hay que empezar por la actitud. La actitud para seducir a la felicidad es el equivalente a tu aspecto físico en tu primer y esperado encuentro romántico con alguien. Igual que un hombre nunca te mirará dos veces por mucho que pases ante él si vas hecha un trapo, o llevas cara de pena o mala hostia, la felicidad no se te acercará si se huele que andas todo el día quejándote, pensando en la mala suerte que tienes, lo triste que es tu vida o que la culpa de tu despido ha sido del jefe —que te tiene manía, por supuesto.

La felicidad nos hace ojitos a todos y siempre pero solo te perseguirá con ahínco si tú también andas por ahí buscándola con interés, recordando todos tus bienes y aceptando con paciencia y buen humor tus males, mientras trabajas para que la cosa vaya todavía mejor, deseando disfrutar de ello y estando dispuesto a no parar hasta darle caza —con ayuda o sin ella.

La actitud es la decisión que tomas alegremente de no rendirte hasta alcanzar el objetivo deseado, pase el tiempo que pase y bajo las circunstancias que te rodeen. Es saber que todo pasa y que no hay mal que cien años dure y que, si haces tu parte, serán muchos menos de cien.

La actitud es pensar en ello de forma casi obsesiva, como cuando empiezas a salir con tu novio o te dan tu primer trabajo: es probar esto y aquello y todo lo que se te ocurra para ver si esa es la manera (o una de ellas) de que se rinda y caiga a tus pies por siempre jamás. Y a diario, que ya sabemos que la felicidad hay que buscarla sin descanso para hacerla nuestra cada día. La mala noticia es que, en esto no hay vacaciones, y al mínimo descuido, tu nivel de felicidad retrocede.

Por ejemplo:

Nuestra protagonista, Elisa, acaba de pasar una mala racha y con el alivio de salir de ella vienen las ganas de volver a disfrutar. Todos están más que contentos de verla, les admira la forma en que ha salido del asunto y la han estado apoyando y vitoreando por su valor y buen hacer en un asunto tan difícil... Está muy contenta y va a una reunión de buenos amigos con una actitud sinceramente positiva, alegre y esperando lo mejor de la velada. Ha salido del túnel y no piensa volver a él.

La velada discurre de forma inmejorable, es todo agradabilísimo, cada vez más.

Hasta que alguien cuenta algo magnífico que le ha pasado; algo casi increíble. Le piden más detalles (el odioso ¡otra, otra!) y el afortunado se pone a desgranarlos para admiración y contento del grupo entero que se apiña a su alrededor. Son tantos los detalles maravillosos de lo que le ha ocurrido que nuestra Elisa piensa que qué buena suerte. Pero no se alegra mucho, no sabe por qué. Es más, cuanto más se alegran los otros y lo vitorean, más rojillo se va haciendo un pellizco que ha aparecido en su barriga sin que se diera cuenta.

El pellizco de la tripa se le va haciendo más apretado y más coloráoh según la gente vitorea y jalea a Enrique más y más... Y de repente recuerda todo por lo que ha pasado y lo que ha hecho para superarlo —y, además, los otros lo dicen. Se lo han estado diciendo durante cinco meses, ¿no? Entonces, ¿por qué ahora este mindundi de Enrique que no merece nada porque no ha hecho nada está rodeado de multitudes que lo felicitan por algo que, por porcentaje de desgracias y derecho de nacimiento, es suyo? Esto lo arreglo yo en un pispas, decide nuestra chica.

—Por cierto, yo también tengo una buena noticia: me ha dicho el médico que es muy poco probable que se me reproduzca el cáncer... —anuncia triunfante con cara de mártir agradecido.

Y, con ello, por dos segundos gloriosos, se hace de nuevo con la atención de la fiesta entera.

Todos se alegran, claro, pero nuestra chica ha planchado la fiesta; para ella misma y para todos. Porque, claro, ¿quién es el guapo que jalea al de la loto millonaria cuando tenemos aquí mismo una santa? Pensando en que puede que el año que viene se le reproduzca su enfermedad, los otros no saben qué pensar acerca de si es o no decente alegrarse tanto por una frivolidad como es un premio de diez millones de euros que le han tocado a una persona sana y alegre como ella sola...

Por ese segundo de gloria, ha perdido una noche entera de alegría. Porque lo peor de todo es que ese segundo de atención general no le ha dado lo que buscaba: la felicidad de sentirse importante. Sólo se le han ahuecado un poco las plumas durante ese momento que ha vuelto a ser rabiosa actualidad; y sólo hasta que cayó en la cuenta de que ha estropeado un buenísimo rato.

Pero si no reclamaba su posición de prota esa noche, si pierde esa ocasión, corre riesgos enormes... ¿Y si siendo feliz solo será protagonista de su propia vida y la de nadie más?¿Y si siendo feliz no vuelve a ser protagonista en la vida de los otros, ni siquiera un rato? Más vale recordarle a la gente mi existencia de vez en cuando, aún a costa de un mal rato para todos, que arriesgarme a desaparecer en la nada aunque fuera llena de felicidad, ¿no?, intenta convencerse.

Se nos olvida con excesiva frecuencia que la gente no recuerda casi nunca lo que dijimos pero recuerda siempre cómo la hicimos sentir.

Nuestra prota y sus amigos hubieran seguido felicísimos en la fiesta si, al notar el pellizco en la barriga, lo hubiera observado con interés y lo hubiera comentado de forma humorística consigo misma: Anda, mira, ahí va mi necesidad de protagonismo... A ver qué hace ahora. Mira qué interesante: mi envidia por los diez millones de la loto  de Enrique compitiendo por llevar a mi ex-cáncer a primera linea de actualidad... Y ahí hubiera quedado la cosa. Hubiera seguido la fiesta y nuestra chica hubiera disfrutado [casi] tanto como los otros festejando los millones de Enrique; y felicitándose por haberse pillado a tiempo de evitar el patinazo y la consiguiente metedura de pata para su propia felicidad.

En realidad, nuestra actitud, siendo la conveniente, está diseñada para bastarse y sobrarse en esto de procurarnos la felicidad. Y un día, si nos empeñamos, nuestra fórmula de la felicidad quedará así de simple:

Actitud + Intención + Confianza = Felicidad

Perooooo... Cuando empezamos a buscar la felicidad, nuestro cambio de actitud —que decidimos tras un segundo de revelación mística espontánea y diez años de aburrimiento y cansancio de tener mala suerte— puede que tarde un tiempo aún en asentarse de forma mas o menos definitiva, y hemos de estar alerta. Por eso necesitamos hacer un esfuerzo consciente para que la nueva actitud se quede con nosotros y no se limite a ser un episodio más de subidón bipolar en nuestra larguísima lista de “Mentiras y decepciones de mi perra vida”.

Para conseguirlo podemos dar dos pasos y afianzar esa actitud:


Establecer con la mayor claridad posible una intención al respecto. Y lo haremos con inteligencia y astucia...

Como es muy difícil establecer con claridad (y creérnoslo) la intención de Seré feliz para siempre jamás, hemos de hacerlo de forma que nuestra mente y nuestra lógica personal se lo crea. Poquito a poco, como cuando le damos las últimas cucharadas de papilla a un niño ya casi ahíto.

Puede ser algo tan humilde como: Disfrutaré hoy mi clase de francés pase lo que pase; aunque mi pronunciación no sea perfecta. Al fin y al cabo, estoy aprendiendo francés; si lo tuviese ya perfecto, no tendría que ir a clase. Me fijaré en las nuevas palabras que aprendo y la pronunciación irá mejorando inevitablemente. Esto es una verdad objetiva que nuestra mente y nuestra lógica pueden tragarse y digerir con facilidad.

Nos comprometemos a tener confianza en nosotros mismos, en la vida, en ese día y en que la profesora nativa de francés sabe lo suficiente para enseñarnos francés; al menos, algo de francés.

Aunque su método pedagógico sea terrible, sabe más francés que nosotros; eso es indudable. Eso es un hecho objetivo que nuestra mente y nuestra lógica no tienen más remedio que aceptar. Un nativo francés sabe más francés que un inglés que está aprendiendo francés. Eso no puede negarlo ni siquiera nuestra particular y susceptible lógica.

Acerca de la confianza hay mucho que decir. Es una parte de la ecuación igual de importante que la actitud y la claridad de intención. Estamos más familiarizados con la palabra que con el concepto de confianza, así que no la menosprecies: es fundamental.

Confía en tí mismo. Confía en el universo (o en la vida, o en Dios, o en Lo Que Sea que tú crees que te apoya y te sostiene). Confía en que tus elecciones y decisiones son válidas. Confía en que puedes enmendar posibles errores. Confía en que puedes ser perdonado. Confía en que puedes pasar página y dejar ir cualesquiera errores que creas o sientas que otros han cometido contigo. Tienes que convertir tu vida en algo que fluya con facilidad, a favor de la corriente, de tu corriente. Tienes que liberarte, sentirte ligero, estar dispuesto a crecer, expandirte y dejar ir todo aquello que, en forma de viejas heridas u ofensas, sientes que te mantiene parado, estancado, retrasado, paralizado; con la sensación de que no avanzas.

No podremos crear la vida que de verdad deseamos si mantenemos nuestra energía concentrada en el resentimiento, temores y rabia acerca de lo que ya pasó. Necesitamos dejar atrás (que no esconder) viejas ofensas, y hacerlo de forma consciente, sabiendo que es la manera más rápida y eficaz de poder crear la vida que de verdad queremos vivir.

Y tenemos que entender que hay gente que no tiene la inteligencia ni/o la habilidad suficientes para actuar de forma racional Y QUE ESO NO TIENE NADA QUE VER CON NOSOTROS. Por nuestro bien, y pensando egoístamente, habremos de perdonar incluso a aquellos que son dificilísimos de perdonar.


Felicidad a lo bestia. Esa es la
que perseguimos.
Hala, ya he terminado; el sermón del domingo lo he dado hoy ;-D


¡Feliz y venturoso finde!

sábado, 12 de septiembre de 2015

Cargando la bolsa del vecino

Pensamos 60.000 pensamientos al día. ¿Malgastas 59.999 de ellos en pensar de forma negativa, improductiva, autoflagelante?

No necesitamos estar entre rejas para ser prisioneros.

Podemos ser prisioneros de nuestras propias creencias, pensamientos, elecciones e ideas. Así es como un número inimaginable de personas inteligentes malgastan la mayor parte de sus vidas. Triste pero cierto.

También es duro de admitir que esa es la forma en que hemos estado haciendo las cosas a lo largo de los últimos diez o doce años (o más), y que esa forma de hacerlas es lo que nos mantiene atascados, frustrados e infelices. Si te preguntabas el por qué de tu infelicidad, ésa es la respuesta. Has estado pensando y eligiendo en contra de ti mismo...

No te ha roto el corazón el suspenso; no te ha roto el corazón tu [aparentemente] alma gemela; no te ha roto el corazón tu jefe ignorándote en ese posible ascenso... El corazón te lo ha roto, y lo rompe siempre, tu forma de plantearte respuestas de la forma equivocada: negatividad y dudas acerca de tu validez personal o de tu capacidad. O el no querer hacerlo de otra manera.

Incluso si estás en general cómodo con tu forma de vida actual, da un repaso a lo que sigue. Vale la pena tomarse unos minutos para averiguar si alguno(s) de estos puntos te están manteniendo donde no quieres estar e impidiendo que desarrolles todo tu potencial. O, si no todo, al menos la cantidad de potencial que sí quisieras desarrollar...  ;-D

Abandona tus creencias limitadoras acerca de lo que puedes o no puedes hacer, acerca de lo posible y de lo imposible. De ahora en adelante no vas a permitirte seguir en el lugar equivocado a causa de creencias y pensamientos que no te ayudan ni son tuyos. Si te atascas, al menos que sea haciendo todo lo posible por desatascarte.

Recuerda que una creencia no es una idea que sostienes en mente, sino que es esa idea la que sostiene tu mente. Para bien y/o para mal.

Como digo tan a menudo como me atrevo, nunca existirá el momento perfecto para perseguir nuestros sueños y objetivos; nunca nos sentiremos preparados al cien por cien y nunca nos caerá del cielo la felicidad de golpe mientras miramos las nubes. El único momento perfecto de verdad para cualquier cosa es éste, AHORA; no existe otro. Ayer ya es tarde y mañana es demasiado pronto todavía...

Tienes que encontrar el granito de mostaza necesario cada día, y lo tienes que encontrar ahora mismo para escribir ese mail, solicitar ese puesto, enviar ese CV, hacer esa llamada, acercarte a esa persona que te interesa...

La fe significa vivir con cierta incertidumbre mientras confías en la vida y en ti mismo, permitiendo que tu intuición te guíe a través de tu camino cuando éste parece desaparecer en la oscuridad. Y permitiendo que "Dios te ampare".

Igual ocurre con cualquier otra carretera: el hecho de que no esté alumbrada con farolas de cien mil vatios no significa que la carretera haya desaparecido justo cuando vas a pasar tú. Está ahí, y lo sabes; y enciendes los faros o una linterna y sigues andando en la [casi] seguridad de que la carretera está ahí. No aparcas el coche en la cuneta y decides esperar hasta que amanezaca al día siguiente. Sería absurdo, ¿no? Pues igual. Lo más que puede ocurrir en la oscuridad [y eso si te dedicas a manotear y pierdes el norte a causa del miedo y los nervios] es que te equivoques de camino y tengas que rehacerlo de otra manera o por otro sitio. Pero NUNCA, recuérdalo, NUNCA llegas a los confines del planeta y te caes y te caes por el borde al vacío... 

Vamos a hacer deberes, como los niños; estas son dos ideas [vamos a ir pasito a pasito] que, si las aplicas, te ayudarán:

  • Alguien [padres, maestros, amigos] que te importaba mucho estableció, en algún momento pasado, lo que tú eras y merecías, y tú aceptaste esa elección como verdad única e incontestable. Y hoy la sigues eligiendo y aceptando como tal cada día.
¿Qué ocurriría si, solo por hoy, eligieras creer que tienes suficiente, eres suficiente y que has llegado lo suficientemente lejos como para merecer una vida a tu gusto? ¿Qué ocurriría si, sólo por hoy, eligieras creer que has hecho un buen trabajo? ¿Y qué ocurriría si mañana por la mañana eliges creer todo eso otra vez?

Has estado muy ocupado tratando de satisfacer las expectativas de otros, muy probablemente de ése o ésos que te dijeron o te mostraron sin palabras que no valías o no eras lo suficiente (no sabemos para qué porque nunca se explican con claridad). Y, haciéndolo, no has arreglado nada: ni están contentos contigo ni tú eres feliz con la situación. Lo sepas: nunca, nunca, cubrirás las expectativas de otros; aunque te digan lo contrario, nunca estarán satisfechos contigo porque sus expectativas no se basan en tus capacidades o incapaciadades ni en su deseo de lo mejor para tí. Sus expectativas siempre, siempre, se basan en sus propias frustraciones y contrariedades.

  • Hemos vivido la vida de otros, no la nuestra propia. Hemos vivido la vida de acuerdo a lo que otros [padres, maestros, enemigos y amigos, gobierno) piensan que es lo mejor para nosotros... Al igual que ellos vivieron la suya de acuerdo a lo que deseaban sus padres para ellos, ahora se lo cobran exigiendo lo mismo de nosotros. Ellos ignoraron sus intuiciones y su propia voz interior y quieren que hagas lo mismo: se lo debes. Así que lo absurdo es que, en lugar de vivir nuestra propia vida, vivimos la vida ideal de la generación anterior... sin sentirla nuestra nunca (porque no lo es, aceptémoslo). Y haciéndolo así, por lógica, perdemos el control de nuestra propia vida porque ya no sabemos ni siquiera cuál es. Olvidamos qué es lo que nos hace felices, qué es lo que queremos, qué es lo que necesitamos y, con el tiempo, nos olvidamos de nosotros mismos.

Tenemos solo una vida nuestra aquí y ahora (ya nos ocuparemos de la próxima cuando llegue y ya nos ocupamos de la anterior si la tuvimos). Tenemos que vivirla nosotros y, sobre todo, no dejar que las opiniones de ningún otro, nos distraiga de nuestra verdad: sueños, objetivos y momentos y experiencias que conforman la vida que realmente queremos (y podemos) vivir.

Así, además de sentirnos bien (fallemos o no en cien puntos del camino), dejaremos de quejarnos continuamente de no sabemos exactamente qué, de sentirnos medio deprimidos o a medio gas, de magnificar los obstáculos y de perder energía en lugar de acumularla más y más. En una palabra: dejaremos de estar agotados aunque nos sintamos aterrados de tanto en tanto al salir de nuestra zona de confort, y ni nos plantearemos dejar de dar el paso que queremos dar poniendo como excusa el miedo a "¿Y si no...?"

Pues si no, no; lo hacemos de otra manera, y otra y otra hasta que . ¿Y si sí...?

Y santas pascuas.


viernes, 4 de septiembre de 2015

Relaciones 2: Yo, Mi, Me, Minimalismo

No soy perfecta, pero tampoco soy imperfecta.
Sencillamente, estoy sin terminar...


No creo que sobre nada en el Universo ni creo que nada se pierda o se malgaste en él. Todo y todos tenemos nuestro papel en este mundo (y probablemente en algún otro), y me conviene creérmelo; así que me lo creo.

Aunque me cueste entender el papel cósmico de las cucarachas y las ratas en el planeta (o en cualquier otro lado), sé que lo tienen. De momento, el hecho de que se coman parte de la basura que genero yo ya es un puntazo. Otra cosa es que prefiera que la basura se la comiese una máquina invisible, no ruidosa, que no ocupase la mitad de mi cocina y que entrara en funcionamiento en el mismo instante en que la genero; pero, bueno, todo llegará... Mira, es un buen aparato para poner en una de mis siete vidas paralelas, ahora que lo pienso.

Desde hace años, a mi vuelta de las vacaciones de verano de San José, decido que de esta vez no pasa el que ponga en orden total mi hogar madrileño. En la casa donde veraneo no falta nada, pero no sobra ni un vaso. Tiene lo justo, está despejada la mires por donde la mires, abierta, luminosa, aireada aunque no abras la ventana. Hasta lo que yo llamo mi plantación tiene las medidas justas para no dar la lata, tres o cuatro metros  de larga por 50 centímetros de ancha. Una fila de losetas pegada a la valla del patio que sustituimos por tierra abonada y rellené plantando mogollón de buganvillas, tres hibiscus y, en la esquina, un limonero lunero que, este año por primera vez, ha dado ya sus frutos: unos racimos de limones verdes a los que cuando me vine anteayer aún era imposible hincarles el diente.

Es el jardín ideal porque me lleva exactamente diez minutos al día cuidarlo. En realidad ni eso porque abro la manguera, la coloco al pie del limonero y, cuando hace charco allí, la voy corriendo a lo largo de la plantación mientras hago picatostes o frío un huevo. Lo suficiente como para tener la sensación no solo de que tengo un jardín sino la más satisfactoria aún sensación de que es obra mía y lo sigue siendo.

Inevitablemente, a mi vuelta a Madrid la comparación de casas y jardines me produce un estado de ansia tal por el orden, por los espacios despejados y por lo justo y necesario que me pongo a ello de inmediato. Hasta el momento, no ha dado resultado, aunque el año pasado conseguí adecentar mi despacho y ya podemos entrar en él sin pisar nada que no sea suelo.

Pero casi enseguida, ocurre una cosa curiosa: ahora que está tan de moda ser minimalista, yo me vuelvo maximalista... La mitad de mis deseos se contradicen con la otra mitad: cuanto más me empeño en ordenar, dar y tirar, más crece todo a mi alrededor, un jardín esplendoroso de deseos cumplidos sin orden ni concierto.

Quizás esto sea una bendición y lo estoy mirando desde la perspectiva equivocada. Quizás lo que deba ordenar sean mis deseos...

Ahora que tengo hechas las paces conmigo misma y honro todos mis deseos como si fueran honorables, creo que esto ha empezado a írseme de las manos, al menos en el tema doméstico.

En cada vida tengo, al menos, dos casas: una en la que vivo y otra en la que veraneo, faltaría más. Y en algunas de ellas, sencillamente, colecciono casas. Repito que lo quiero todo. Bueno, lo único que no quiero en ninguna de mis vidas es un barco en propiedad. Es algo tan estresante manejar tripulaciones...

Pero parece que las ansias de orden me persiguen hasta en sueños. Debe de haber algo que sigue ahí en el fondo insistiendo en el minimalismo y todo lo que eso conlleva; todo eso que, de momento, no tengo ni soy. No solo quiero esta vida que me encanta, sino que quiero también esas siete vidas de gata total en Barbuda, Edimburgo y Polinesia descubriendo mariposas y todas las otras.

Y lo noto porque, justo antes de meterme en faena y disfrutar de la vida que elija vivir ese rato una tarde cualquiera, me precipito sin remedio a preparar el escenario. Y en todas mis vidas probables, sin excepción,  me ocupo de que la casa esté perfecta y totalmente amueblada, adornada, equipada, sin hormigas ni cucarachas, sin polvo, sin cajas amontonadas en el cuartillo de la esquina, sin mosquitos-tigre (ni siquiera los consiento en la Polinesia), sin alfombras ni cortinas (aparecería inevitablemente la odiosa aspiradora); y todo, absolutamente todo en todas esas mis vidas paralelas, es AUTOLIMPIABLE y AUTOPLANCHABLE. Hasta que no he conseguido meterme en ese escenario perfecto, no empiezo de verdad a disfrutar mi otra vida de gata.

Lo que más odio de las tareas domésticas es, sin ninguna duda, recoger la mesa y sacar el lavavajillas, así que esa máquina infernal no existe en ninguna de mis otras vidas. No lo hará al menos hasta que mi imaginación sea capaz de crear el lavavajillas AUTOSACABLE, pero de momento el invento está en sus inicios más burdos: veo platos volando desde el aparato hasta los armarios de la cocina (perfectamente ordenados y sin mácula) y mi fe en los milagros aquí falla. Porque en lugar de ver reposadamente cómo toda la vajilla se auto-coloca en su lugar sin mi intervención, lo que me veo es corriendo por toda mi cocina polinesia intentando evitar que esos malditos platos me den en la cabeza. Y no he podido aún imaginar una escena menos estresante para ese tonto asunto diario de la limpieza y recogida de platos y vasos. De momento, no como ni bebo en casa en ninguna de esas vidas, a excepción de mi té de hibisco en el porche de Barbuda, que mi Sabine hace desaparecer por arte de magia en cuanto lo he terminado. Quizás deba llevarme a Sabine a mis otras vidas...


Si solo de pensar en el asunto de sacar el friegaplatos (asunto que es materia de negociación casi a diario con mi hija menor) me produce ese estado de ansiedad en una vida ¿vale la pena que me empeñe en el maximalismo llevado a su cumbre? No, y es por eso que mis vidas paralelas cumplen una función perfecta en mi tendencia a quererlo y tenerlo todo: como no es físico (aunque sí real, eh?) lo puedo manejar con facilidad y, sobre todo, no me lía la vida (más todavía), lo que es muy de agradecer.

Por otro lado, tengo tendencias reales al minimalismo en mi vida diaria y las cumplo de forma satisfactoria en mis vidas paralelas. Eso es un hecho.


El asunto es ahora, ¿cómo traer ese minimalismo tan bien imaginado en Barbuda o New York (un loft diáfano) a mi casa y mi vida de Madrid?

El firme propósito de este otoño -de nuevo- es el orden en casa. Pero este año hay una diferencia fundamental: va ser verdad, un hecho y una realidad como en mis otras vidas, porque ¡ya he descubierto la forma de llevarlo a cabo!.... :-D