sábado, 28 de marzo de 2015

¿El hábito hace al monje? (II)

El hábito es el enorme volante de inercia que mueve a la sociedad,
su más valioso agente de conservación
William James

Defensores. Inquisidores. Complacientes. Insurgentes.

¿Cómo respondemos a las expectativas? Ya sea de forma consciente o por hábito, todos respondemos a cualquier expectativa de forma muy particular; ya sea una expectativa interna (dejar de fumar, comer más sano) o externa (plazos de entrega, atención al cliente, cumplir una promesa). Conocer esa nuestra forma particular de hacerlo es fundamental, entre otras cosas, para dejar de lado los hábitos que no nos complacen y formar los nuevos hábitos que hemos decidido tomar. :-D

Entender cómo respondemos cada uno a esas expectativas y estudiar cómo nos enfrentamos a ambas nos dará una perspectiva cierta y amplia de nosotros mismos, con lo que podremos hacer con nuestra voluntad auténticas virguerías.

También es importante saber que nuestra tendencia a cumplir expectativas de una u otra forma colorea la forma en que vemos el mundo y, por lo tanto, tiene consecuencias enormes para nuestros hábitos. Dependiendo de ello, como comentaba la pasada semana, casi todo el mundo pertenece a uno de los cuatro grandes grupos de "habituales" (y ninguno es  mejor que otro, por cierto):

Los Defensores responden de inmediato tanto a expectativas internas como externas y cumplen con ambas de forma diligente sin chistar. Cuando se levantan por la mañana sacan su lista de "Pendiente para hoy". Les gusta saber qué se espera de ellos y cumplir con esas expectativas propias y ajenas. Evitan cometer errores y odian dejar tiradas a otras personas o incumplir con ellos mismos. Cualquiera puede confiar en un habitual del tipo defensor, y el defensor puede tranquilamente confiar en sí mismo. Al defensor le gusta entender las reglas, mantener sus propósitos y cumplir con sus compromisos. En los casos de fecha de entrega, muchas veces acaban antes del plazo límite. En el caso del arte o de la ética, por ejemplo, además de las ya establecidas buscan las reglas más allá de las reglas. Sintiendo una obligación real hacia el cumplimiento de sus expectativas internas, los defensores tienen un fuerte instinto de auto-preservación, y esto los ayuda a protegerse de su tendencia a cumplir también las expectativas de otros; y así equilibran pesas. 

Los Inquisidores se cuestionan cada expectativa, sea propia o ajena, y responden a ella únicamente si concluyen que la expectativa tiene sentido o es beneficiosa de algún modo. Los inquisidores están motivados por la razón, la lógica y la imparcialidad. Por ello, es raro que pierdan los nervios. "¿Qué hay que hacer hoy, y por qué? ¿Es conveniente?". Ellos son los que deciden si algo es una buena idea y se resisten a hacer cualquier cosa que para ellos no tenga sentido, propósito o beneficio. Pueden saltarse muchas o todas las normas que consideren arbitrarias pero siguen a rajatabla las reglas que consideren están basadas en la moralidad, la ética o la razón. En esencia, convierten todas las expectativas en expectativas internas. Como los inquisidores aman tomar decisiones después de considerar bien las alternativas y llegar a sus propias conclusiones, están muy comprometidos intelectualmente, y siempre dispuestos a llevar a cabo una investigación exhaustiva antes de decidir si esa expectativa tiene una base sólida para comprometerse con ella; si no llegan a esa conclusión, no cumplirán esa expectativa. Los inquisidores, si están convencidos, rechazarán la opinión de los expertos a favor de sus propias conclusiones.

Los Complacientes cumplen sin problema las expectativas externas pero tienen dificultades para cumplir sus expectativas internas. Están motivados por una especie de contabilidad exterior. Su pregunta es: "Qué tengo que hacer hoy?"... Los complacientes son extraordinarios a la hora de cumplir con las demandas ajenas y plazos de entrega y recorren grandes distancias para hacerse cargo de sus responsabilidades, son colegas, amigos y familiares maravillosos.  Pero como se resisten a sus propias expectativas les cuesta una barbaridad automotivarse. Como dependen de la "contabilidad exterior" en gran medida, los complacientes a veces sufren las consecuencias de pago de honorarios retrasados, fechas límite vencidas o el miedo de dejar tirados a otros (con las propias consecuencias de ésto: ansiedad).  Para un complaciente las promesas hechas a sí mismo se pueden romper; las promesas hechas a otros, nunca. Los complacientes necesitan contabilidad exterior incluso para actividades que quieren hacer: cuando no puedan sacar tiempo para leer, por ejemplo, se unirán a un club de lectura para hacerlo ya que allí se espera que se lean los libros acordados. Además, encuentran formas muy ingeniosas para convertir sus expectativas internas en ajenas y, de ese modo, asegurarse de cumplirlas. :-D  No son listos ni náh...

Los Insurgentes (o rebeldes) se resisten a todo tipo de expectativas, tanto internas como externas (son lo contrario de los defensores). Necesitan actuar desde un sentido de la elección libre.  Cuando se levantan, se preguntan: "¿Qué quiero hacer hoy?". Se resisten al control, incluso al autocontrol, y disfrutan esquivando reglas y expectativas. Los insurgentes trabajan en pos de sus propios objetivos, a su propia manera (their way, como Sinatra) y mientras rechazan hacer lo que se supone que deberían hacer pueden cumplir sus propios objetivos. Lo que tienen siempre en la cabeza, para cualquier cosa, es "en mis propios términos y condiciones". Los insurgentes le atribuyen un enorme valor a la autenticidad y autodeterminación, y aportan un desatado espíritu a todo lo que hacen. En ocasiones, la resistencia del insurgente a la autoridad tiene un enorme valor sociológico, y su mejor activo es su voz disidente; y no deberíamos escolarizarlos para ser de otra forma, aislarlos socialmente o avergonzarlos en público ya que el insurgente está ahí para protegernos a todos. Lo que no impide que los rebeldes a menudo frustren a otros porque no se les puede pedir que hagan algo. No les importa lo que la gente piense de su forma de actuar, ni que les digan que se comprometió a hacerlo, o que sus padres se sentirán defraudados... De hecho, pedirle a un rebelde o esperar de él que haga algo a menudo les lleva a hacer lo contrario. "Mira, de hecho pensaba hacerlo pero ahora que vienes y me lo pides, no lo haré. Así que no". Es conveniente que la gente que rodea a los rebeldes se guarden de encender de forma accidental sus  espíritus de oposición; esto es un reto especialmente duro para padres de infantes insurgentes :)). En ocasiones los rebeldes se frustran a sí mismos porque no pueden decirse qué hacer, ya que se resisten al compromiso con ferocidad (saben que elegir A es renunciar al resto del alfabeto), pero muchos saben canalizar su energía rebelde de formas muy constructiva y creativas (aunque se resisten a las jerarquías y las reglas sin contemplaciones).

Y, dicho esto, una vez conozcamos nuestra tendencia habitual podremos cambiarnos de hábito mucho más cómodamente.

¡Feliz finde de autoconocimiento!









domingo, 22 de marzo de 2015

¿El hábito hace al monje? (I)

¿Quieres tener un gran imperio? Impera sobre ti mismo.
Publilius Syrus, poeta dramático romano 


Los hábitos, como las creencias (*), son caminos cómodos por lo trillados que controlan nuestra vida a niveles que da miedo sopesar. Un hábito es, sencillamente, algo que has hecho las veces suficientes como para que, en un momento dado, la cosa acabe por hacerse automática, sin que en ello tenga que intervenir tu voluntad, atención o empeño.

Así que, sí, en contra de la creencia popular, el hábito sí hace al monje, sí...

Siempre que le sea posible, nuestra mente convertirá un comportamiento en hábito pues con ello ahorra una energía (esfuerzo y tiempo) que, empleada en otros menesteres, nos capacitará en mayor medida para lidiar con esos otros asuntos más complicados, novedosos o urgentes de nuestro día a día. Los hábitos evitan que tengamos que esforzarnos para tomar decisiones, sopesar alternativas o tener que espolearnos a nosotros mismos para ponernos en marcha cada vez que queramos o tengamos que mover un pie.

Los hábitos nos facilitan la vida y hacen desaparecer mucha confusión diaria. Como no tenemos que pensar acerca de los muchos pasos que hay que dar para cepillarnos los dientes o ponernos un café por la mañana, podemos pensar en los problemas logísticos que nos presenta la caldera que no se enciende. De la misma manera, cuando nos sentimos preocupados o nos exigimos demasiado a nosotros mismos nuestras rutinas evitan que la ansiedad se nos vaya de las manos. Muchas de las investigaciones que se han llevado a cabo sugieren que la gente se encuentra más cómoda y con más sensación de control cuando su comportamiento se basa en cierta medida en los hábitos.

Al igual que las creencias bien arraigadas en nuestra mente, los buenos hábitos nos encaminan a una buena y cómoda vida sin que tengamos que pensar en lo que hacemos de forma consciente y aburrirnos con planificar y empeñarnos en tareas diarias que nos convienen (cepillarnos los dientes, ponernos las gafas, ir al trabajo, darle la cena al niño). Por ser trillados, los caminos por los que transitamos por hábito son comodísimos y facilísimos de seguir. No tienes más que poner un pie al comienzo de ese camino para que el camino se ande solo; te deslizas que da gusto por la senda que te ha marcado el hábito, y sin necesidad de preguntarte o planificar cómo y cuando terminará esa senda. 

De la misma forma, los malos hábitos nos amargan la vida pues nos llevan, si no andamos listos, por caminos que, antes o después, nos arrepentimos de seguir. Los malos hábitos nos llenan de frustración; nos llevan --con toda facilidad-- a comer, beber, gritar o flagelarnos más (todavía), así como a abandonar y dejar para mañana el poner en marcha nuestros buenos propósitos o propósitos que, sin duda, nos beneficiarían. Aunque, sorprendentemente, la ansiedad no nos hace necesariamente caer en los malos hábitos. Cuando estamos cansados o ansiosos volvemos a caer en nuestros hábitos, sean éstos buenos o malos.

Para bien y para mal, nuestros hábitos son el esqueleto invisible de nuestra vida diaria. Se sabe que el 40% de nuestro comportamiento se repite casi a diario, y en su mayoría lo hace en el mismo contexto. Mi porcentaje creo que es aún mayor: me despierto a la misma hora cada día (sea martes o finde); a la misma hora me preparo el primer café y lo disfruto en el mismo rincón mirando el jardín con mi primer cigarrillo mientras dejo que mis ideas vayan y vengan; me lavo la cara y vuelvo a subir al mismo rincón para leer un rato; siento el mismo placer solitario cada día a esa misma hora en que aún no se ha levantado nadie más y salgo a andar cada mañana también a la misma hora...

El hábito hace, definitivamente, al monje. Pero el monje no tiene que pasar, necesariamente, toda su vida con el mismo hábito. Por suerte, lo puede lavar, zurzir, remozar e incluso hacerse uno nuevo si el que ha llevado hasta ahora se le ha quedado pequeño, se ha roto de forma inarreglable o se ha ensuciado de forma irreparable.

Pero ¿qué ha de hacer el monje para darle un aspecto de nuevo a su hábito y, en consecuencia, tener un aspecto remozado él mismo? ¿Qué hacer para adquirir otro hábito nuevo, o todos los que quiera, y hacerse con un vestuario de lujo?

Viendo que nuestros hábitos son los que dan forma a nuestra vida diaria --en gran medida-- es posible que cambiar algunos de ellos y reforzar otros dieran a nuestra vida una forma mejor, más a nuestro gusto. La buena noticia es que los hábitos pueden cambiarse; aunque cambiarlos es simple, no es fácil hacerlo. Pero es posible, que ya es  mucho, cambiar todos los que quieras y adquirir otros nuevos.

Como toda nueva disciplina en nuestra vida, el asunto de cambiar, remozar, eliminar o adquirir hábitos requiere un proceso y unos pasos a dar. 

1) Sé consciente (aunque aún no hagas nada al respecto) de que el 92% de la gente se pasa la vida luchando contra sus malos hábitos (crítica, autoflagelo, frustración, nuevo intento rabioso) en lugar de observarlos; no estás solo en esto. Es un consuelo saber que no eres pionero en el tema :-D

2) Observa con objetividad tus hábitos --tanto los beneficiosos como los perjudiciales-- para conocerlos bien (solo venceremos al enemigo conociéndolo a fondo --y eso sirve para todo en la vida, lo sepas) y apunta, apunta y apunta cualquier pista que salte y llame tu atención. Un pequeño cuaderno dedicado exclusivamente a ello será una gran ayuda y un gran consuelo. Junto con el hábito recién descubierto, puedes apuntar en qué te consuela, conforma, alivia, machaca o flagela tu hábito.

3) Una vez bien conocido el enemigo, decide qué quieres hacer con él. Sin estrés y sin prisas (que para nada son buenas) mira a ver si te interesa cambiar, alterar o eliminar el hábito foco de tu estudio  y qué medidas concretas necesitarías tomar (y apunta todas tus conclusiones en el "diario habitual").

4) ¿Qué hábito echas de menos en tu vestidor que te vendría bien para cualquier evento? Me refiero a ese little black dress de tu fondo de armario habitual que sienta como un guante y que sirve para prácticamente cualquier ocasión (a diferencia de ese amado trapajo marrón atado a la cintura con una soga al que te aferras día y noche). 

Dedica un tiempo a observarte sin alzar el látigo ni la cruz y, sobre todo, sin dejarlos caer en tus ya enrojecidas espaldas y verás cuántas cosas descubres que podrías utilizar a tu favor en lugar de en tu contra.

Muchos --y muy a menudo-- tenemos la mala costumbre de ser nuestro peor enemigo en batallas importantes y menores, por lo que es imprescindible que nos conozcamos bien a nosotros mismos si queremos vencernos y cambiar cualquier hábito de nuestra vida. Así que, por lo menos, hagamos el esfuerzo de observar cómo y cuándo nos comportamos de la forma que sea y ver por qué lo hacemos. 

Tenemos la obligación de reconocer que merecemos al menos la misma atención y observación que ese otro peor enemigo de nuestra vida en el que no paramos de pensar y al que no paramos de desear maldades (¿nuestra suegra? ¿nuestra compañera de trabajo? ¿nuestro jefe? ¿la manía que tiene nuestro marido de traer invitados a comer sin avisar? ¿la preocupante costumbre de nuestro hijo adolescente de hacer pellas y luego negarlo?). Cuanto mejor nos conozcamos mejor nos "manejaremos" a nosotros mismos y a nuestra vida (y a los demás :-D). Puntazo.

La población mundial está divida, según Gretchen Rubin (The Happiness Project) en cuatro tipos de "habituales": los Defensores, los Inquisidores, los Complacientes y los Insurgentes (o Rebeldes).

Aunque los veremos en detalle la próxima semana, te adelanto que, a lo largo de la vida y debido a circunstancias concretas, has podido cambiar de un tipo a otro, y puedes volver a cambiarlo cuando quieras. Estudiándome a fondo descubrí que yo me autoformé como Rebelde y hace ya muchos años me convertí en Inquisidor, lo cual ha beneficiado muchísimo a mi vida y mucho a la de mis seres más cercanos. :-D

¿Tienes idea de a qué tipo de habitual perteneces tú?



(*) Una creencia es un hábito mental: un pensamiento que hemos pensado las suficientes veces como para que lo demos por verdadero y/o cierto.

domingo, 15 de marzo de 2015

El cerebro femenino: entendernos es un milagro (II)

Los hombres y las mujeres se mezclan tan bien como el aceite y el agua;
por eso hay que estar agitándolos constantemente.
Alan Alda, actor



Las hormonas pueden determinar qué le interesa hacer al cerebro. Ayudan a guiar las conductas alimenticias, sociales, sexuales y agresivas. Pueden influir en el gusto por la conversación, el flirteo, las fiestas (como anfitrión o invitado), la programación de citas y juegos infantiles, el envío de notas de agradecimiento, las caricias, la preocupación por no herir sentimientos ajenos, la competición, la masturbación y la iniciación sexual (Louann Brizendine).

Eso sí, yo no he podido averiguar qué hormona es la encargada de la plancha en nuestra vida.

Si en el cerebro de los chicos la testosterona es el rey, en el cerebro femenino la reina de los mares absoluta es el estrógeno.

Si en el cerebro masculino el área correspondiente al impulso sexual es la más desarrollada, en el cerebro de las chicas los centros de comunicación y audición son los que ocupan más espacio (justo los que se reducen en los chicos al sufrir los bombardeos de testosterona estando aún en el bombo materno).

Si el cerebro de los chicos es simple al decir de muchos (y en apariencia), el de las chicas es mucho más complejo; no lo podemos disimular y por eso, al decir de ellos, no hay quien nos entienda. El baile de hormonas alocado que se produce en el cuerpo femenino está afectado por el ciclo menstrual, cosa de la que no disfrutan los hombres. El cerebro femenino no es igual en la niñez, adolescencia, embarazo, menopausia, madurez o ancianidad, aunque parezca el mismo. Además, con la maternidad, el cerebro de las chicas cambia de forma radical y permanente.

Por supuesto, las culpables son las hormonas, así que ya no podrá nunca un hombre echarnos en cara nuestros cambios de humor, sacar la lista negra, ser puntillosas en nuestra relación o tener memoria de elefante porque la culpa verdadera de todo ello la tienen nuestras hormonas y éstas nos las impuso la naturaleza (como a ellos las suyas).

En el cuerpo de las mujeres la hormona más potente, la hormona femenina por definición, es el estrógeno, Nuestra hormona más potente, la ejecutiva, arrolladora, a veces utilitaria, a veces seductora agresiva, habita en el córtex cingulado anterior, centro encargado de nuestras toma de decisiones y contemplación de opciones. Es el centro de las preocupaciones menores (¿me pondré el rojo o el azul? ¿Qué dirá Pili del asunto? Tengo que hablarlo con mamá; o quizás mejor con mi peluquero) y está más desarrollado en las mujeres que en los hombres. Se lleva estupendamente con la dopamina, la serotonina, la acetilcolina y la norepinefrina, sustancias químicas que propician el bienestar cerebral (y, por lo tanto, la tranquilidad familiar).

El estrógeno tiene dos hermanas:

La progesterona tiene, como función principal, preparar el endometrio para la recepción e implantación del embrión y su adecuada fijación. Por este motivo, la progesterona suele permanecer en segundo plano (por suerte no estamos siempre embarazadas) aunque a veces aparece para cambiar los efectos del estrógeno de forma tormentosa. Otras veces, en cambio, actúa de agente estabilizador (¿quién la entiende?), como una "chill pill" del cerebro femenino (un Valium natural). Con este disfraz su nombre es alopregnenolona (¡qué feo!). Su habitáculo en el cerebro es la glándula pituitaria. 

La testosterona, como ya sabemos, es menor en cantidad en las chicas que en los chicos, pero eso no significa que carezcamos de ella; que nosotras, cuando queremos, también sabemos ser rápidas, enérgicas, centradas, arrolladoras, masculinas si es necesario, seductoras, vigorosas y agresivas. Y, si nos ponemos a ello, también sabemos ser insensibles y cortamos los mimos de raíz. Hombre ya, que no solo los chicos saben hacerse los duros en esta peli.

Además de su familia de sangre, el estrógeno tiene varias "mejores amigas" con las que se entiende a la perfección. Aunque cada una, por supuesto, tiene sus particularidades, estas amigas del alma se juntan cada poco tiempo para hablar de sus cosas:

La oxitocina es la gatita del grupo: mimosa, cariñosa y esponjosa encuentra su propósito último en ayudar y servir, suavizar tensiones y pacificar a quien lo necesite. Es hermana, a su vez, de la vasopresina (hormona masculina socializante) y prima hermana de la dopamina (otra pacificadora de pro).

El cortisol es la malhumorada del grupo. Siempre está estresada, abrumada, crispada; es muy sensible tanto física como emocionalmente y está perpetuamente necesitada de atención. La manipuladora de la pandilla, pero también se la quiere y se la necesita. Es la que más rápido reacciona ante las emergencias (reales e imaginarias).

La vasopresina, aunque también pertenece al grupo, es más discreta y, a menos que sea necesario, se suele mantener en segundo plano; no le gusta llamar la atención. Es sigilosa y sus energías son masculinas, sutiles y agresivas propiciando la conexión de forma activa.

La DHEA o androstenolona, llamada también hormona de la juventud, es producida de forma natural por el cerebro pero también, en caso de que no acuda a las citas de chicas, se puede producir en laboratorio a partir de ciertas sustancias que contienen el ñame silvestre y la soja (aunque atiborrarte de ambas cosas no hará que tú produzcas más). También se la llama la hormona madre, es energética en la juventud y la madurez pero desaparece en la ancianidad, mantiene la masa muscular y la energía. O sea, que a los últimos aquelarres, no asiste.

La androstenediona (qué nombres, por diossssss) se genera en los ovarios y es descarada y animada hasta que, en la menopausia, disminuye muriendo a la par que lo hacen los ovarios. Es la que anima la fiesta hasta cierto punto del tiempo y el espacio.

La alopregnenolona es hija de la progesterona pero se la admite con gusto en el grupo de mayores ya que es la que mejor sabe calmar y apaciguar a su madre. Sin ella el grupo está irritable e inquieto. Tiene poderes mágicos sedativos y tranquilizantes; neutraliza cualquier tipo de estrés y, en cuanto desaparece, todo es mal humor. Su marcha repentina de las reuniones tres o cuatro días anteriores al ciclo femenino es la clave del síndrome premenstrual.

Así pues, las diferencias cerebrales de estructura, químicas, genéticas, hormonales y funcionales entre hombres y mujeres hacen que ambos sexos tengan diferentes sensibilidades cerebrales ante el estrés y el conflicto, por ejemplo, ya que utilizan distintas áreas y circuitos cerebrales para resolver los problemas, procesar el lenguaje, experimentar y almacenar la misma emoción intensa. Las chicas pueden recordar el detalle más mínimo de su primera cita o de sus enfrentamientos más bestias con su churri mientras que sus maridos no recuerdan siquiera que eso haya sucedido. La culpa la tienen las estructuras químicas y cerebrales y no el hecho probado de que que seamos unas brujas con lista negra siempre a la mano.

Está probado científicamente que chicos y chicas tenemos el misno nivel promedio de inteligencia, pero la realidad del cerebro femenino ha sido a menudo mal interpretada por entenderse que está menos capacitado en ciertas áreas, como puedan ser las matemáticas y las ciencias; cuando la verdad verdadera es que, al llegar a la adolescencia, no existe diferencia entre hembras y machos humanos en lo tocante a sus aptitudes matemáticas y científicas.

Aunque también es verdad verdadera que en cuanto el estrógeno inunda el cerebro femenino, las chicas empiezan a concentrarse más intensamente en sus emociones y en la comunicación: hablar por teléfono y salir con las amigas. En cambio, en cuanto la testosterona inunda el cerebro masculino, los chicos se vuelven menos comunicativos (todavía) y se obsesionan con el logro de hazañas en las competiciones deportivas y con tener compañía en el asiento trasero del coche.

Por regla general, según la doctora Brizendine, cuando llega la fase en que tienen que decidir sus trayectorias profesionales, las chicas empiezan a perder interés en trabajos que requieran más tiempo a solas y menos interacción social mientras que los chicos no tienen problema en absoluto en estar solos horas y horas delante del ordenador. Por lo que el hecho de que pocas mujeres terminen dedicándose a la ciencia, por ejemplo, no tiene nada que ver con deficiencias del cerebro femenino en matemáticas.

Sin duda, el cerebro femenino tiene muchas aptitudes únicas: sobresaliente agilidad mental, habilidad para involucrarse profundamente en la amistad, capacidad casi mágica para leer las caras y el tono de voz en cuanto a emociones y estados de ánimo, y una destreza paranormal a la hora de desactivar conflictos; son talentos con los que las mujeres han nacido y que los hombres no tienen. Ellos tienen otros que están configurados por su propia realidad hormonal.

En fin, que este asunto no es tan sencillo como que ellos no escuchan y nosotras somos brujas. La cosa tiene mucha más miga, pero espero que algún día nos entendamos sin problemas...

Bastará con tener en cuenta las diferencias en momentos de riesgo extremo y darnos el alto recordándonos: "¡Cuidado, son sus hormonas!". Que hay hombres sobresalientes que lo tienen en cuenta recordando a tiempo las cualidades de ella que lo enamoraron y echando mano de su insigne paciencia en la consecución de objetivos y resolución de problemas. Nosotras podemos conseguirlo también recordando que su madre fué la primera mujer que lo amó y que es entendible que él no lo olvide a la hora de calificar nuestra tortilla de patatas o la de nuestra propia madre. Los chicos son fieles por naturaleza a esa bruja. :-D

Feliz y oxitocino-estrogénico domingo.







domingo, 8 de marzo de 2015

El cerebro masculino: entendernos es un milagro (I)


La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto,
no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos.
Henry Van Dyke

Aunque hasta la octava semana de vida todos los fetos tienen circuitos cerebrales del mismo tipo (de tipo femenino, por cierto), a partir de ahí los mini testículos del feto masculino comienzan a liberar testosterona en grandísimas cantidades, hormona con la que impregnan los circuitos cerebrales y los transforman del tipo femenino en masculino.

Diferencias entre cerebros masculino y femenino
Esta es la explicación de que el centro cerebral que los entendidos denominan zona del impulso sexual dobla su tamaño en el cerebro masculino. Pero lo que no sabíamos hasta que nos lo contó la neuropsiquiatra americana Louann Brizendinne es que esa zona sexual dobla su tamaño a costa reducir el centro de comunicación y el tamaño del córtex de audición. Vamos, que se lo echan todo al hombro :-D

En el caso de las niñas la cosa es un poquito más compleja: al no verse expuestos  a semejante huracán de testosterona, en los circuitos cerebrales femeninos de la recién nacida algunas zonas son más grandes y otras más pequeñas que en el cerebro del chico. Porque no hay ninguna pérdida en su centro de comunicación ni en su córtex de audición. 
  
Aunque al nacer todos tenemos ya definido si nuestros circuitos cerebrales son masculinos o femeninos, las diferencias van aumentando y, para cuando llegamos a este mundo, la diferencia real está plenamente desarrollada, aunque no se empezará a hacer patente hasta los 4 años.

A partir de ahí, los hombres y las mujeres piensan, deciden --¡y hasta compran!-- de forma diferente. Así que, por más que nos pese, ya no podremos echarle la culpa al otro de que no nos entendemos, no escuchamos, oímos demasiado o sólo lo que queremos oír, porque es un detallito del que se ha encargado la Naturaleza y no hay más. Quizás no fue, como pensamos todos y todas, un castigo el hecho de no entendernos casi nunca sino que quizás fue un regalo; el hecho de que tengamos que esforzarnos por entender al otro desarrolla en cada persona tremendas habilidades malabares y funambulistas propias que harán de ella una persona única y singular, sin sosías posible. Mira siempre lo positivo, es mejor. 

Dice la neuropsiquiatría que las hormonas son las que manejan todas las conductas y condicionan activamente el comportamiento social y sexual  del hombre, lo impulsan a competir, a destacarse, a ganar, a explorar y a resolver problemas. Así que, siendo todo cuestión de hormonas, ¿cuáles son las que hacen que los hombres siempre lleven razón aunque no escuchen y nosotras no entendamos los mapas aunque sepamos siempre dónde está el departamento de moda en El Corte Inglés?

En los hombres, la testosterona manda, y tiene su razón de ser:  es la hormona que le da al chico su fastidiosa característica dominante y ese afán de poder tan molesto; es la que lo enfoca en modo láser hacia sus objetivos (a veces, uno de ellos eres tú) y lo impulsa a destacarse entre los otros chicos. A su vez, la testosterona hace que se genere la feromona llamada androstenediona, que es la que le da al sudor masculino ese olor caractertístico a eau sauvage y activa su conducta sexual y agresiva, empujándolo a buscar a su pareja y a encontrarla. Cuestión de olfato.

Cerebro masculino, según los cánones clásicos
Cuentan también con la vasopresina, hormona propiciadora del ritual de apareo y, ¡oh sorpresa!, también lo es de la monogamia; esta encantadora hormona estimula a los chicos de la raza humana a proteger y defender su territorio, a su mujer y a sus hijos y, junto a la testosterona, esta vasopresina exalta la masculinidad. 

La oxitocina brinda al hombre esa capacidad de empatía que las mujeres nunca encontramos en nuestro ex y hace posible que un hombre experimente amor, confianza y apego. También es la hormona que disminuye a su rival, la hormona del estrés y de la presión sanguínea. Le ayuda, además, a generar sentimientos de seguridad y la que hace que se nos queden dormidos después del coito (o sea, que esto también lo ha decidido la Naturaleza; por algo será, quizás para evitar conversaciones peligrosas en momentos vulnerables).

Nuestros chicos tienen también una SIM, como los teléfonos móviles. Es la Sustancia Inhibidora Mülleriana, culpable de la intrepidez del macho. Es la sustancia que lo libera de su parte femenina, asunto esencial para generar su impulso exploratorio.

La prolactina propicia la conducta paterna y disminuye el deseo sexual (es la que lo hace levantarse a media noche como un resorte para atender al niño con fiebre) favoreciendo el descanso de la mujer; y el cortisol es el encargado de hacer reaccionar al macho con violencia cuando se siente en peligro (especialmente en tu presencia, en la presencia de su jefe o de su madre); también es la que lo predispone a la lucha.

La dopamina funciona como vigorizante y produce un exceso de entusiasmo en el hombre, tanto en el juego sexual como en deportes de riesgo y juego brusco (a veces mezclan todo un poco).

El estrógeno, fuerte de las mujeres, es el único capaz de aumentar en el hombre el deseo de mostrar cariño a su pareja, convirtiéndolo en un ser amoroso y afectuoso.

En resumen, que el cerebro del hombre y su biología hace que viva una realidad propia, muy distinta a la femenina, que trasciende ampliamente su conducta sexual y lo convierte, además, en una máquina para encontrar soluciones.

Son tan completos que no tenemos más remedio que preguntarnos: ¿Y qué ha dejado la Naturaleza para las chicas, aparte de la imbatible habilidad de planchar?

Lo veremos la semana que viene para no liarnos. Quizás en esta semana podamos dedicar un tiempo a reflexionar sobre este asunto del cerebro masculino y esforzarnos en entender su funcionamiento.

Que la oxitocina, la prolactina y el estrógeno llene este domingo vuestros hogares.