sábado, 18 de julio de 2015

Caos pero no tanto: hallar las respuestas.

A menudo nos hacemos las preguntas correctas.
Donde fallamos es en las repsuestas que nos damos... o en las que no queremos darnos; y aún entonces, fallamos por muy poco. Y solo porque decidimos de antemano hacerlo.


La vida es un lío y a veces el caos parece ser lo único que hay a nuestro alrededor. La buena noticia es que por el hecho de que el mundo que nos rodea parezca a punto de hundirse no significa que nuestro mundo, nosotros por dentro, vaya a hacerlo también. 

Porque hay una manera de mantenerse cuerdo por dentro en las ocasiones en que la locura parece dominar ahí fuera. Y la única forma es, en realidad, ser un simple observador de nuestros pensamientos... Y luego, como mejor nos convenga, cambiarlos.

En una entrevista que le hicieron en la televisión norteamericana, Eckhart Tolle dice que la causa primaria, básica, de nuestra infelicidad no es nunca la situación sino lo que nosotros pensamos de ella. Y no nos descubre nada nuevo pues antes que él ya lo dijeron los  primeros místicos, los primeros metafísicos, lo asegura William James (filósofo científico donde los haya), los filósofos de todos los tiempos; lo dicen el principio de incertidumbre de la física cuántica y los gurús falsos y verdaderos de la llamada nueva era. Lo dice el Dalai Lama, y también lo dijo Jesús: Eres lo que piensas. (Como filósofos y especialistas en felicidad estos hombres no tiene parangón.)


Para dominar el caos tenemos que mantenernos neutrales ante la avalancha de pensamientos (y consecuentes sentimientos y emociones que nos acarrean) que parecen salir de la nada pero que, en realidad, salen de nuestro miedo a ideas del estilo de "este mundo no tiene remedio", "estoy atrapado por lo que hacen los otros", "el verdadero poder está en el dinero, y yo no lo tengo", "la humanidad está en su momento menos humano" o el peor de todos: "esto me supera".

La charla interior que mantenemos habitualmente nos dará muchas pistas acerca de qué creencias es conveniente que trabajemos y qué pensamientos es beneficioso que sustituyamos. La autohipnosis es eso que hacemos cada minuto con nosotros mismos mientras mantenemos esa conversación. La buena noticia es que al igual que ha servido para jorobarte media vida también sirve, por lógica, para arreglarte la vida entera. Claro que lo que todos queremos es levantarnos una mañana y se nos hayan arreglado todos los asuntos: que nuestro marido intervenga más en los asuntos que nos agotan y ponga un poquito más de su parte; que nos llamen del banco y nos digan que tenemos un saldo de un millón de euros de repente; que nuestro hijo adolescente amanezca convertido en un ser razonable y ordenado; y que el cáncer o el alzheimer de nuestros mayores han experimentado una remisión espontánea esa misma mañana. Total, que lo que queremos es amanecer felizmente casados, ricos para siempre, sin rastros de enfermedad en nuestra familia (o mejor, en el mundo entero) y con un papel donde la autoridad competente nos garantice, firmado y sellado, que nuestros hijos serán felices para siempre.

Pero el salto cuántico de la miseria más absoluta a la felicidad infinita no existe.

La mala noticia es que es trabajo nuestro cambiar las cosas; la buena es que podemos hacerlo. Y solo podemos hacerlo ocupándonos de nuestra parcelita y entendiendo que no hemos venido a salvar al mundo sino a salvarnos a nosotros mismos de una vida perra que nosotros mismos nos hemos creado... jugando a adivinar cómo pueden ponerse de feas todas las cosas.

La sugerencia más importante que me han hecho nunca fué: Mira a tu alrededor. Y ahora mira dentro de tu cabeza. Joeeeeeeee, ¡que coincidía todo! La negrura de mi mente estaba perfectamente reflejada en la negrura de mis circunstancias. Así que decidí darle una oportunidad a cambiar el tono de mis "charlas conmigo misma" (que fueron terribles durante mi terrible época).

Pero todo esto lo acepté sólo cuando encajó con mi lógica particular; hasta ese momento, todo lo que pensaba lo daba por  bueno creyendo que las cosas son así. Pero cuando mi personalísima lógica entendió el mecanismo de mi mente decidí que no me daba la gana que las cosas fueran así para mí y que, antes de morir miserable, moriría por probar todo lo probable para mejorar esos asuntillos que me impedían ver hasta lo que de verdad tenía: dos hijas maravillosas, una comodísima vida, un carácter sociable, variadas habilidades cuyo entrenamiento me producían grandes momentos de placer y euforia, buenos amigos de los de verdad, una hermosa casa donde criaba a mis hermosas hijas, un padre sabio que estaba vivo y sano, etc.

Como ya he dicho es un proceso para toda la vida, pero vale la pena. Tuve que cambiar algunas ideas muy arraigadas en mi, que comparto aquí por si sirve a alguien de pista. Se han convertido en mandamientos sine qua non para mi:


  • Sudar y correr en círculos no sirve para nada más que para sudar y correr en círculos. Exclusivamente. Todos somos un trabajo en progreso; nunca llegaremos a todos lados a la vez. Tenemos que hacer los ajustes necesarios para llegar a donde queremos y, a la vez, poner un pie delante de otro en esa dirección. No estamos completos y nunca lo estaremos; y a la vez, estamos completos desde el día que llegamos a estos lares. Te guste o no.
  • Nunca estamos en el lugar equivocado. No hay nada de nuestras circunstancias actuales que nos impida avanzar a excepción de nuestros negros pensamientos y profecías machacantes aderezados con nuestros sentimientos de culpa por las más variadas y equivocadas razones.
  • Los errores y meteduras de pata no son fracasos... a menos que así lo decidas tú. Prueba hasta que lo consigas, y no dejes nunca de intentarlo; es una práctica indeseable, sí, pero necesaria. De hecho, es una práctica imprescindible pues, como para todo, la felicidad se aprende practicándola. Para tener éxito a largo plazo en cualquier asunto no hay nada peor que el miedo al error y a tomar la decisión equivocada. Recuerda: siempre puedes rectificar. Solo aquellos que consideran el éxito algo inevitable son los que triunfan en lo que sea que estén soñando y fallando ahora.
  • Quejarse no cambia nada, solo sirve para fastidiar al prójimo y dejarte atascado ahí donde estás. Protesta cuando algo no te guste; habla claro cuando alguien haga algo que te fastidie; llora cuando te sientas triste o frustrado pero vuelve a moverte de inmediato buscando formas de sentirte mejor: acaricia a tu perro, escucha música, limpia cristales, lee, escribe, cocina, sal a tomar un café con un amigo o amiga, da un paseo bajo la lluvia o agótate nadando... Pero deja de quejarte.
  • No todo tiene un porqué; o mejor dicho: no siempre encontrarás la explicación a todas las cosas, especialmente de aquellas en las que hay otro ser humano implicado. Cada uno pensamos con nuestra cabeza y sentimos con nuestro corazón; y todos llevamos razón desde nuestro particular punto de vista. A veces llegan a nuestras vidas cosas y circunstancias que parecen surgir de la nada, pero no es así; las hacemos aparecer nosotros por acumulación de pensamientos acerca de ello y las consecuentes acciones que tomamos a raíz de esos pensamientos (normalmente, no dar el paso). Cuando lo que nos ocurre son maravillas lo llamamos milagro; cuando son cosas refeas las achacamos a la mala suerte, no haber nacido con una estrella en el culo o al imbécil de nuestro jefe. Mira dentro de tu cabeza. Es posible que no te guste no llevar la razón, pero darte cuenta de ello será un paso importante.
  • Las relaciones no tienen que ser perfectas para valer la pena. De hecho, las relaciones nunca son perfectas. Nunca encontrarás a nadie que nunca jamás te decepcione o te haga daño porque ningún ser humano es perfecto según tu particular idea de la perfección. Pero será mucho peor si siempre esperas que te hagan daño o te decepcionen. Sabiendo esto, lo mejor es ir siempre a por aquellas relaciones que valen el esfuerzo y la decepción que conllevarán de tanto en tanto. Si afinamos un poco, nos daremos cuenta de que sin esfuerzo no tendríamos tan en consideración la verdadera alegría y el amor verdadero. Vamos, que el príncipe azul no siempre será del tono de azul perfecto. De hecho, casi nunca lo será. Pero es azul, ¿no?
  • Al final, sólo lo que dejas ir es lo que realmente posees. Parece una contradicción pero no lo es: aquello a lo que te aferras te posee y aquello que dejas en libertad te pertenece para siempre. En los dos casos, la decisión es tuya pero la diferencia de resultados será evidente para ti en el momento en que dejes ir algo. Ahora que estoy centrada en el Orden En Casa y voy por los armarios lo sé por dolorosa experiencia: ¿se tienen alguna vez suficientes Jerseys Negros De Cuello Vuelto? Mi respuesta sigue siendo un tembloroso y tristísimo no pero desde el momento en que me deshice de los deshilachados, los que crían bolas a velocidad de vértigo y los que ni metiéndolos en agua hirviendo vuelven a su ser, he exprimentado una auténtica liberación nunca sospechada. Dolorosa, sí, pero liberación al fin. Ahora, además, tengo espacio de sobra para meter más de esos jerseys de los que nunca tengo bastantes. Pues lo mismo con gatos, vaqueros y personas.
Teniendo todo esto en cuenta cuando me hago preguntas, ahora hallo muchas más respuestas. Me dan miedo a veces, claro, como a todo quisqui; pero al final siempre descubro que no había motivo para temerlas.

Y hay otros dos asuntillos que todo el mundo dice que son importantes en esto de la felicidad y las respuestas --que yo no entiendo mucho pero que por si acaso practico (sin saber hacerlo):

  • Perdonar. No sé exactamente cómo se hace y no quiero dejarme la vida en averiguarlo. Desde luego no voy a ir al prójimo a decirle te perdono, menudo corte para los dos y vaya compromiso para el prójimo. Pero yo no olvido y eso me preocupa; si no olvidas ¿has perdonado? Me tiene hecha un lío este asunto pero como he decidido seguir estos mandamientos lo que hago es que cuando me acuerdo de que hay algo o alguien en mi vida a lo que perdonar sencillamente teleperdono diciendo cienes y cienes de veces: Teperdonoteperdonoteperdonoteperdonoteperdono. No sé  si se hace así pero funciona. Algo o alguien se encarga de que me de resultado este método. Debe ser que lo que cuenta es la intención; el otro día me dí cuenta de que había perdonado (supongo) a una ex amiga después de mucho tiempo pensando en romperle algo con mucha sangre por medio... O sea, funciona. Supongo que la intención es, al final, lo que cuenta.
  • Agradecer.  Me pasa lo mismo que con perdonar: no sé provocar en mi el sentimiento de agradecimiento profundo por muchas horas que me pase revisando todas las (supuestas) bendiciones que hay en mi vida. No sale. No debo ser muy cristiana (bueno, ni muy budista). Así que sigo el mismo método que con el perdón; cada mañana cuando me levanto y cuando me acuesto cada noche (mientras me lavo los dientes es un buen momento) digo: Graciasgraciasgraciasgraciasgracias. Al final del asunto casi nunca me siento agradecida de corazón pero tampoco me siento siempre una mierda por no sentirme agradecida (como me sentía antes). Así que también funciona. Si eres de los que no saben (ni quieren) perdonar ni agradecer prueba mi técnica. Como poco sentirás que "has cumplido con tu deber" :-D. Y como diría Eloísa: que se repartan los teleperdones y agradecimientos allá arriba como mejor sepan. 
Si todo fuera ya perfecto la vida no merecería la pena pues sería aburridísima. Y mira qué entretenidos estamos así intentando perfeccionar a otros :-D

¡Feliz imperfecto finde!






domingo, 5 de julio de 2015

¿Puede hacernos infelices la búsqueda de la felicidad? (II)


--La que quiere presumir tiene que sufrir --sentenciaba mi abuela Blasa mientras yo berreaba y ella me daba tirones horripilantes con el peine--. ¿Lo ves? Estás mucho más guapa con las trenzas bien hechas que con pelajos.

A veces me amenazaba con cortarme el pelo al rape y yo lloraba más sentidamente aún. No por que pudiese cumplir un día la amenaza sino porque no la cumplía nunca. Impotente, le increpaba:

--Además, ¡¡no sé lo que es un rape!! --ella se echaba a reír y yo lloraba más.

Pasar por todo el proceso de desenredo y trenzado de mi pelo --que odiaba, y que mi padre no dejaba que nos cortasen a las chicas de la familia--, me decidió a ser chico.Con mi primer sueldo, me corté el pelo. Estaba horrible, sí; pero se acabó la pesadilla. Mi padre estuvo una semana sin hablarme, pero valió la pena.

¿Es necesario pasar por la infelicidad para llegar a la felicidad? Pues depende. Si eres consciente de lo infeliz que eres o si, simplemente, quieres ser más feliz de lo que ya eres, tienes que ponerte las pilas. Es una decisión que se toma... o que no se toma. Y la mayoría de las decisiones no requieren una profundísima investigación, aunque somos muy aficionados a no hacer nada hasta sentirnos exhaustos por darle vueltas al (cualquier) asunto y, al final, tomamos la decisión en un golpe de rabia, desesperación o impaciencia. Con las consecuencias que todos conocemos.

Es mejor darle al asunto una vuelta sin implicarnos emocionalmente con el resultado, intentando recopilar todos los datos y, tranquilamente, tomar la decisión que mejor pinta tenga. Porque, queridos, los datos no cambian por muchas más vueltas que les des. Y eso es un secreto que descubrí no hace mucho.

Se aprende a cantar cantando; se aprende a nadar nadando; y se aprende a ser feliz siendo feliz. 

Se feliz, como cualquier otra habilidad, lo que requiere es práctica. Aunque sea incompetente y torpe en el resto de las modalidades de vida que no me interesan, mi pericia con la felicidad será resultado exclusivamente de haber entrenado con regularidad durante un periodo prolongado de tiempo, a ser posible toda la vida.

Durante el período de entrenamiento claro que tendré, y ya he tenido, segmentos temporales en los que el fastidio, la incompetencia (mía o de otros), la frustración, la tentación de abandonar el objetivo y la impaciencia por la tardía llegada a la meta me hacen infeliz. Pero he descubierto que sólo me siento infeliz si en esos momentos caigo en la cuenta de ello; mientras he llegado a ese punto he estado a lo mío, es decir: intentando ser feliz y eso ya me hace un poquito más feliz. No me gusta hacer camas, no me gusta fregotear con lejía ni empaquetar ropa y libros con los que no sé qué hacer, no me gusta limpiar armarios, pero si no pienso en ello "durante" no me siento infeliz. Y cuando acabo y contemplo mi obra, la Nueva Rosa Ordenada se siente feliz como una perdiz. Encima, el orgullo por la tarea bien hecha es una experiencia relativamente nueva para mí ya que soy por naturaleza --o hábito-- bastante chapuzas y amiga de los atajos. Un puntazo más.

¿El inconveniente? Pues que normalmente no sabemos (solo lo imaginamos cuando lo vemos en otro) lo que realmente nos hace felices y enseguida se nos acaban las opciones.

¿La solución? Llevar a cabo un estudio serio y completo de lo que te hace feliz y no dejarte engañar por lo que crees que te hará feliz. Porque gran parte de las cosas/experiencias/personas que creemos que nos harán felices no lo hacen; para averiguarlo el sistema mejor es el clásico: prueba y error. Y es gratis.

Por ejemplo, recuerdo que hace unos años fui por primera vez a ver bailar flamenco a mi hermana pequeña al festival de fin de curso de la escuela de Beatriz González Barroso. Cuando contemplé el espectáculo inenarrable de todas aquellas elegantes mujeres zapateando con una mano levantando su falda de volantes y la otra en alto supe sin ninguna duda de que yo sería feliz si supiera zapatear así. Mi madre siempre decía que yo era una andaluza descastáh; le demostraría que no llevaba razón.

Tardé un año en animarme a ir a la clase de Beatriz. Y duré un trimestre. Porque sí es cierto que me haría muy feliz saber zapatear de aquellas maneras pero las cualidades de trabajo físico, empeño y perseverancia que requiere aprender a hacerlo no son mías. Lamentablemente. En realidad, descubrí, lo que me haría feliz sería levantarme una mañana y, por arte de birlibirloque, saber ya zapatear como mi hermana.

Y como la mayoría de las cosas no funcionan por el birlibirloque, sigo en la búsqueda de la minoría que sí lo hacen. Algunas no me satisfacen. Otras sí.

Cocinar, escribir, ser madre, hacer un buen jabón de glicerina, andar con mi grupo de martes y jueves, acudir a mis talleres de lectura y escritura, enseñar desbloqueo creativo a quien lo necesite y quiera y, más recientemente, ordenar mi casa y la Astronomía, son las cosas que, de momento y por el birlibirloque, sí me salen bien y me aferro a ellas porque me producen una felicidad (a veces a tropezones) que nunca falla.

Cuando mis hijas iban al colegio me espantaba oír a las madres contar todas las actividades extraescolares a las que sometían a sus hijos y así mismas por la fuerza. En aquella época estaban de moda el kárate, el ballet, la gimnasia rítmica, la pintura y el futbito. Luego, las sensatas: el kúmon (que no me enteré muy bien de lo que era; con ese nombre ni loca las llevaría), el inglés (ese era importante para mí), música (mi asignatura pendiente), modelado en barro (que influía no sé como en la psicomotricidad) y otras por el estilo. Había tanta variedad que me mareaba cuando intentaba decidir. Y la perspectiva de cruzarme medio Madrid lunes, miércoles y viernes por la tarde para que mis hijas aprendieran guitarra o esgrima me ponía los pelos de punta.

Mi sensata pereza se impuso: Podéis elegir dos actividades, pero una tiene que ser física y otra intelectual (presioné para que fuera inglés), pero tenéis que durar un mes completo en las que queráis probar, les dije. ¡Ah! Y tienen que ser actividades de las que hay en el colegio a la hora de la comida, que tenéis que tener tiempo para jugar.

Y así lo hicimos. Tan ricamente.

He descubierto que, por regla general, acabas siendo excelente en aquello que te atrae mucho, aquello por lo que te inclinas de forma natural. No nacemos expertos en ello pero creo que el hecho de que algo te guste mucho es una pista importante por donde empezar. Y si, además, luego te puedes dedicar profesionalmente a ello, otra ventaja más. Una de mis hijas se aficionó a los idiomas y hoy es Intérprete y Traductora jurada que escribe y habla la mar de bien lenguas variadas, y además da clases de lo suyo en un máster universitario. 

Aunque a veces esa pista resulte falsa. Como la del zapateao en mi caso. O mi otra hija, que se aficionó a la gimnasia rítmica y... hizo Bellas Artes. Pero esas son paradojas de la vida.

La vida misma.