lunes, 4 de julio de 2016

Los tres actos de cualquier historia: El viaje del héroe...


Joseph Campbell (1904-1987) fue escritor y profesor estadounidense que se especializó en mitología y simbología de arquetipos colectivos, siguiendo la línea de pensamiento de Carl Jung. Fue Campbell el que nos reveló la existencia de innumerables mitos que, en todo tipo de culturas y religiones y en toda época, existieron, existen y probablemente existirán las mismas estructuras y etapas fundamentales que rigen cualquier historia bien contada. También existen esas tres etapas fundamentales en la vida de toda hembra y todo hombre que haya pisado la Tierra.

En su obra más aclamada, El héroe de las mil caras, dejó bien establecido el orden de las etapas en la vida de todo humano que, ¡oh, sorpresa!, resulta también ser el orden que ha de seguir, sine qua non, toda historia para considerarse una verdadera historia. Estemos satisfechos o no de cómo hayamos cruzado esa etapa, soy de las partidarias de ponernos una medalla cada vez que atravesemos cada una de ellas (viviendo o escribiendo).

Este orden siempre es el mismo:

Acto Primero: Toma esta manzana; te hará más sabio...

Para mi gusto, este es el mejor de todos, cuando aún no sabes lo que te espera pero crees que va a ser fantástico. Es el acto del ¡¡Tomaaaaaaa!! (o ¡toma ya!).

El protagonista -héroe- es invitado a iniciar una aventura. Él sabe/cree/confía en que está capacitado para llevar a buen término ese encargo. Esta confianza en sí es la que dirige a nuestro héroe -con más o menos entusiasmo- a caer en "el incidente que le incita", que es el final de este primer acto de la historia.  (En el caso del detective es ese momento en que la viuda del finado le convence para que averigüe quién mató a su amado esposo y el héroe dice sí, yo lo averiguaré para ti. Y con eso, se pone todo en marcha. En la Historia, es el momento en que Adán y Eva deciden, y llevan a cabo, el acto que nos tiene hoy como nos tiene a todos. Tanto el detective como aquellos malditos primeros padres están convencidos de su inteligente elección y acometen la aventura sin problema.)

Acto Segundo: La suerte está echada...

No te quiero engañar: de los tres actos, éste es el más puto. En realidad, putísimo. El acto segundo, o intermedio, o nudo, es donde pasa casi todo lo importante y lo malo: los tropiezos, las falsas esperanzas, las armas, las relaciones importantes (con antagonista/s y ayudantes), los obstáculos, la segunda, la tercera y hasta la centésima caída, alguna que otra alegría (normalmente pequeña y falsa)... No sólo eso sino que, cuando menos se lo espera y peor le viene, cae en la cuenta de que está en el punto de no retorno o nudo, o meollo... En fin, qué te voy a contar que no sepas. Pero visto desde la distancia, muchíiiiiiiiiiisimo tiempo después, resulta que éste es, siempre, el Acto más interesante. Dicen.

Nuestro héroe, en un principio, siempre intenta resolver el asunto por la vía más fácil y/o más rápida. Y cae en una espiral de desgraciados incidentes que le llevarán, si la historia está bien contada, a un agujero negro (momento culminante del nudo). Ahí es cuando nuestro protagonista se percata de que la invitación, en realidad, no implica obligatoriamente diversión sino todo lo contrario. El mayor de los obstáculos, el más importante de ellos, es el lapso de tiempo en que tiene que dedicar todo su foco a luchar en la oscuridad más absoluta, de la que el antagonista es el rey y en la que se mueve como pez en el agua. En este acto, el héroe sólo cuenta con su propia voluntad y fuerza y, quizás (bueno, siempre) con uno o más facilitadores o ayudantes de los cuales, seguro seguro, que uno al menos es un topo del otro bando o, simplemente, un individuo de poco fiar.  (En el caso del detective, cuando éste tropieza con pistas falsas, con la Mafia, con el asesino pero no puede detenerlo por falta de pruebas, o con una mujer sexy que hace movimientos sospechosos, la agresión directa a su persona, y todas esas terribles -y reales- posibilidades, creo que sí puedo, tú puedes, etc... Ayudándose de  alcohol y, en muchos casos, de drogas más duras como la inseguridad, el miedo, la falta de confianza, consejos contradictorios ajenos y más lloros y súplicas de la viudita, sigue intentando salir adelante. En el caso de Adán y Eva es el momento después de qué rica está la manzana, el ángel vengador, ganarás el pan con el sudor de tu frente y parirás con dolor [esto, solo para la heroína]; y aquí estamos. Es el momento en que el héroe se pregunta si realmente fue sensato aceptar el encargo. Pero la suerte está echada; nuestro chico está en un punto de no retorno.) 

Bajo mi punto de vista, en este Acto, lo mejor es no pensar; dejarse guiar por el instinto y la intuición; pero claro, ninguno lo hacemos. Y seguimos adelante como podemos. El más puto, como te digo. AMO el Deus ex machina. Profundamente.

Acto Tercero: La victoria en sus manos... 

El héroe tiene que resolver el asunto planteado en el primer actor y sufrido en el segundo a cualquier precio. Así demostrará que ha aprendido de todos los batacazos algo que vale la pena, y eso lo transformará. Este tercer acto o "fase de redención" es el que más me gusta de largo: el héroe evoluciona a ojos vista, convirtiéndose en un "ser iluminado" al descubrir lo que tiene que hacer -con o sin ayudas- para resolver el famoso y puto conflicto. (En el caso del detective: mata al dragón, pilla al malo y consigue encerrarlo de por vida; la viuda, agradecida, le paga cuantiosos honorarios por su impecable trabajo y quizás hasta se casa con él... O quizás es la chica sexy la que acaba por llevárselo al altar y a la cama -no necesariamente en este orden- porque resulta que sí era una ayudante fiable. Pero el detective se casa y cobra fijo. En el caso de Adán y Eva desconozco el desenlace; estamos aún en el segundo acto).

Y ya tenemos la historia redonda que tanto gusta a los lectores.

Personalmente, me atrae más el papel de facilitadora o ayudanta que el de protagonista; requiere muchos menos esfuerzo y conlleva menos responsabilidad. Es un trabajo menos agotador, dónde va a parar.

Pero resulta que en mis propias historias dentro de mi historia no tengo más remedio que ser el héroe, y en una de ellas sigo en el acto segundo, Aprende a Escribir Bien. En serio. Siento terrible nostalgia del primer acto, Con lo bien que Escribo, que lo sé Yo y lo dice Todo el Mundo, el máster está chupáoh. 

En el proyecto de fin de máster, entré en plancha en el segundo sin siquiera haber disfrutado del primer acto, que duró nada y menos; ese maravilloso tiempito del entusiasmo irredento, la alegría expectante y la seguridad en el éxito del encargo...

Y tu Acto Segundo, ¿cómo va?